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Ganó el PP en Galicia y todo quedó gris e insatisfactorio porque, en este «viejo país ineficiente», el grado de satisfacción lo mide la izquierda. Tenaces comisarios del dogma, sus portavoces deciden qué representante público es fascista y quién un icono al que todos veneramos. ... Debe ser duro para el centroderecha patrio participar en las elecciones con el riesgo del pacto socialista con los identitarios periféricos y el odio verbalizado de las fuerzas vivas. La mayoría absoluta como un objetivo existencial. La soledad del primer espada que, sin embargo, se juega la vida en cada visita a las urnas.
A pesar de que la progresía 'malasañera' sitúa al PP en el españolear más castizo, lo cierto es que en el alma de Génova palpita una corriente que aspira al amor correspondido. Qué natural sería, piensan sus discretos representantes, entenderse con la burguesía vasca y catalana, con Puigdemont y Ortuzar, por ejemplo, y compartir de un mismo lenguaje conservador que allane el camino al patrón con discursos de elitismo convencional, Opus Dei y club de tenis. El PP, por el contrario, obligado por las circunstancias históricas –y por la entrega de Sánchez a Otegi y compañía– se ve hoy en la tesitura de defender la igualdad entre españoles y la solidaridad interterritorial cuando, evidentemente, no cree en ellas.
De ahí que los populares envíen señales de humo (o cajas de bombones) a los nacionalistas, esperando el regreso de los hijos pródigos para degustar el ternero cebado. Aguardando, en definitiva, el perdón del resto de las organizaciones políticas, las palmaditas en la espalda y el intercambio de favores. El PP es, irónicamente, el partido más votado y, a la vez, una mala compañía.
Sobre este panorama acecha el más grave de los infortunios: que los representantes de la derecha son, en el mejor de los casos, mediocres y aburridos como un invierno en el norte. No obstante, su papel en la democracia exige un plus de calidad, talento y carisma. Y de convicción. Al resto –socialistas, comunistas varios e identitarios con inmejorable prensa– les basta con los guiños del Gran Wyoming, Inés Hernand o Broncano. Y de la gran familia del cine español y los músicos 'independientes'. Todo es posible en el territorio de la unanimidad con mando en plaza. La corrupción se perdona con rapidez y las manipulaciones se exhiben con despreocupación y sin protesta. ¿Se imaginan ustedes a una reportera de Televisión Española gritando impunemente «Presi, ¡te queremos!» a Feijóo en la alfombra roja de los Goya? ¿A que no?
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