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Ya hemos dejado dicho que la masacre de judíos (por el mero hecho de serlo), perpetrada el pasado 7 de octubre en Israel por los terroristas de Hamás, obtuvo una respuesta entusiasta en las redes sociales. Ese mismo día, los tuiteros de guardia y –no ... podemos negarlo– nuestros amigos (gente concreta, aparentemente razonable y habitualmente templada) sostuvieron que el asesinato, la violación y el secuestro conformaban el derecho del pueblo palestino a la resistencia. Mucho antes de la operación desplegada por el siniestro Netanyahu en Gaza, cuando era tiempo sólo para el dolor y la rabia, aquí no hubo condenas, ni lágrimas de cocodrilo por el destino fatal de aquellas mil doscientas personas. Ni siquiera por los españoles Iván Illarramendi y Maya Villalobo, acaso las víctimas del terrorismo más despreciadas de nuestra historia.
Y es que la falsa bondad que el discurso dominante expresa con voz queda para vender las mercancías más terribles es una herramienta de incómodo uso; una fórmula que se aplica con cierta brillantez, pero sin ganas. Los militantes preferirían el trazo grueso, la coyuntura que permite imponer no sólo una determinada ideología sino la interpretación moral obligatoria. Renacida hace casi veinte años, de la mano de Rodríguez Zapatero, la izquierda descocada maneja una táctica imbatible: aunar a comunistas, socialistas y nacionalistas en un frente contra el enemigo común: la derecha española (lean la imprescindible conversación mantenida hace unos años entre Eduardo Madina y Fermín Muguruza, en la que verbalizan el abrazo de los otrora víctimas y verdugos para oponerse a los gestores del Prestige).
Esta izquierda, sin embargo, cree seguir jugando en terreno del adversario, bajo sus lógicas y sus valores. Esto la consume. Las alabanzas a Hamás como vanguardia de la insurgencia son un sustitutivo de aquello que se anhela, pero para lo que aún queda tiempo (eso sí, cada vez menos): la comprensión general del delirio étnico de ETA y sus herederos como un fenómeno político que puede y debe asimilarse. Mírese Pamplona.
Este sustitutivo sirve para mitigar la sed interna (el independentismo) y también la externa (Ucrania). Israel es el único territorio donde las hipérboles son infinitas. Insistimos: para el buen revolucionario, asesinar y secuestrar no son crímenes contrarios a toda moral reconocible, ya que la moral debe quedar sujeta a la planificación política que sólo él puede acometer. La culpabilización debe dirigirse en un sentido: la ultraderecha (es decir, todo lo que le sea hostil o extraño). Así, pretende gobernar para siempre. Aunque, claro, el cuerpo le pide marcha: suprimir el delito de enaltecimiento del terrorismo para tuitear también sobre Miguel Ángel Blanco como se tuitea sobre Iván Illarramendi y Maya Villalobo.
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