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Ya no vivimos en los tiempos heroicos de la queja porque, afortunadamente, las inclinaciones políticas del personal han ganado en nitidez y descaro. Antes –digamos, hace veinte años–, todo era oscuro y muy solemne. Algunos se dolían entonces de la supuesta traición de la izquierda, ... vinculada, en interminable abrazo, con los nacionalistas étnicos de la periferia. La izquierda, decían, es heredera de la Ilustración y no debería asumir el discurso reaccionario del terruño y el privilegio. Todo fue en vano. Y no sólo por interpretar mal la historia de una ideología canonizada en todo el mundo (y mucho más en España), sino por errar en la detección de su verdadero objetivo.
Si la política es el arte de conquistar el poder y conservarlo, los movimientos a la izquierda del PSOE comprendieron muy pronto que la supervivencia pasaba por una impugnación general de las instituciones junto con los identitarios y contra la constitución. Se trataba de agitar la coctelera frente a la todopoderosa socialdemocracia. Al principio, todo parecía tosco y antinatural (aquel Madrazo con Ibarretxe), pero la mayoría absoluta de Aznar, en el año 2000, hizo saltar las alarmas, también en Ferraz. Con el mando de Rodríguez Zapatero llegó el escándalo al PSOE, que se convenció de que los puentes con el Partido Popular debían ser volados para apuntalar una mayoría 'de progreso'. Y en eso estamos hoy.
Pero, ¿no bastaba con una profundización del programa de la izquierda, retornando a los valores de la solidaridad? ¿Qué tienen los nacionalistas que atrae tan impúdicamente? Tienen (no les parezca poco) un ejemplo de régimen exitoso. Cataluña y el País Vasco comparten una misma ideología, implementada con la bendición del discurso radical (que identifica con rapidez a los amigos y enemigos del tinglado). La derecha española no existe –en algunos momentos fue eliminada físicamente–- y el PSOE está domado y acompaña el relato esencialista. Un ejemplo de dominio posmoderno.
Con estos mimbres, no pueden sorprender las palabras de Patrícia Plaja, portavoz del Govern catalán, en apoyo del F.C. Barcelona en su batalla por la historia frente al Real Madrid. A Plaja no le preocupa la supuesta corrupción de los árbitros, sino el mito oficial que alimenta un ecosistema de intereses económicos y delirios étnicos. El Barça forma parte de la infraestructura sentimental del nacionalismo y sus cómplices mesetarios. Y eso, querido lector, es lo único que les importa. El 'hecho diferencial' se reduce a la mentira y a la comunión con el poder sobre un territorio donde, en palabras de Félix Ovejero, «se ha aceptado que no exista el imperio de la ley». Se agradece, sin embargo, que ya nadie cante La Internacional.
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