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El proceso político contra Íñigo Errejón –trágicamente interrumpido por la DANA– se reanuda estos días con más parafernalia y periodismo de vodevil. El diputado madrileño (no diré exdiputado porque esta gente vuelve siempre al lugar del crimen) ha contado con un tiempo de alivio cuando ... la realidad quiso imponerse al discurso en forma de terror y de muerte. Y es que lo suyo no es la realidad que irrumpe para destrozar los sueños del niño comprometido, sino una fase más en el apuntalamiento del sistema que quiso para España: el de la política sobre todas las cosas; el de la ideología (la suya) como única productora de valores y pensamiento.
Resulta muy sencillo vincular el drama personal y profesional de Errejón con aquellos procesos de Moscú de 1938. Podríamos echar la mañana (o la tarde) actualizando los papeles protagonistas del circo. Stalin, claro, sería Pablo Iglesias, como principal beneficiado de la desaparición de su antiguo camarada: su caso permite acelerar la esperada reunificación de la izquierda radical bajo su mando. Aquel fiscal, Vyshinski, estaría encarnado por la inestimable Fallarás (próxima a Iglesias), gestora de un stock de denuncias anónimas del que se aprovecha cuando le conviene, mientras da lecciones sobre la necesaria «construcción de una memoria colectiva». Errejón, obvio, parece Trotsky, o quizás Bujarin, por aquello de la querencia intelectual.
La destrucción del fundador de Podemos tiene otro enfoque aún más siniestro, más íntimo: el impacto de la caída en su entorno personal y militante; las palabras de condena de todo el mundo, la unanimidad en la lanzada a populista muerto, la total ausencia de dudas o prudencia. Incluso Rita Maestre, otrora pareja sentimental, se apresura hoy a censurar a Errejón, como aquellos farsantes que jalearon en 1952 el ahorcamiento del comunista checoslovaco Josef Frank, víctima de las purgas estalinistas y cuya tragedia tan noblemente retrató Semprún en su 'Autobiografía de Federico Sánchez'.
El destino de Íñigo Errejón comienza ahora a ser interesante. Ya olvidadas sus reivindicaciones de la política como campo de batalla, como dialéctica 'amigo-enemigo', que enunciara su admiradísimo Carl Schmitt, penetramos en su verdadera identidad de hombre fracasado. En la carta de despedida que envió a los medios, Errejón declaró que el compromiso político: «es mi forma de estar en el mundo». Una forma claramente limitada, destructiva y, como se ha demostrado, autodestructiva. Otro cliché que se ha instalado es el lamento por la supuesta hipocresía de una mala persona que defendía una «idea noble». Errejón quiso la batasunización de la izquierda española y la exclusión de sus oponentes políticos para implantar un modelo nacional-popular al estilo caribeño. Lo peor de este individuo han sido sus ideas.
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