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Mi padre fue un madridista de estricta observancia. A mis cuarenta y pico, e inmerso en esta época de militancias hiperbólicas, yo aún no he conocido a nadie futbolísticamente tan posibilitado para regocijarse en las vacas gordas y dolerse en las catástrofes. Cuando el Madrid ... no estaba de por medio, mi padre era, sin embargo, un espectador lúcido. Conocía el deporte y medía justamente a jugadores, técnicos y directivos. Uno de sus más admirados personajes fue, irónicamente, Johan Cruyff, estandarte del Barça y, quizás, su placer culpable. «Con Cruyff –me decía–, todos los equipos del club jugaban con un mismo estilo. Venía el B para enfrentarse al Racing e implementaba el mismo sistema». Ya saben, el espíritu de La Masía.
Ahora, lector (o lectora), permítame cambiar de escenario. Imagine que usted cosecha un extraordinario triunfo profesional. Su jefe (o jefa) celebra su logro y le concede un jugoso aumento de sueldo. Como guinda, algún locutor famoso lo invita a su programa de máxima audiencia. Usted está nervioso (o nerviosa) y pide a su pareja que grabe la entrevista. Llega el día y el periodista pregunta: «¿Por qué nos ha mentido tanto?». Bien, ¿qué haría usted? Ya se lo digo yo: temblar, balbucear y llorar. Sería violento, inesperado. ¿Cómo volver a casa después de esto?
Esta pregunta fue la misma que Carlos Alsina formuló, hace unos días, al presidente del Gobierno. ¿Lloró Sánchez? Por supuesto que no. Don Pedro es al socialismo lo que Xavi Hernández al Barça: el fruto de una marca, el producto de un molde. Pero, lo que en La Masia es amor por el balón y por la técnica paciente, en el PSOE constituye la encarnación del representante fetén; a saber, un individuo con más proclamas que empatía y confiado en una autoridad moral inquebrantable que le permite medrar en una estructura donde literalmente cualquiera llega a lo más alto sin acreditar hitos previos. Sánchez es Zapatero. Y ambos son Eduardo Madina o Susana Díaz. Todos desarrollan (o habrían desarrollado) políticas semejantes, arropados por una indigna prensa partidaria. Hoy, una bandera de España más grande que el Peñón. Mañana, Bildu.
«Pero, oiga, ¿no se pasa usted de crítico con la izquierda? Se le ve el plumero. Lo de Ferraz, vale. Pero, ¿y Génova?». Pues, señora (o señor), tiene usted toda la razón. Si el PSOE es La Masia, el PP es la Grecia de 2004, muy capaz de ganar la Eurocopa, pero al contragolpe, sin una propuesta positiva o, simplemente, en color. Feijóo sólo puede embridar a su ejército 'dothraki' (a Vox) y esperar que los errores del adversario culminen en un gol marcado en el descuento.
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