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Los insultos racistas vertidos en Valencia sobre el jugador brasileño Vinícius Júnior generaron, el pasado mes de mayo, una crisis sin precedentes en el deporte español por aquello de la internacionalización del conflicto. Los medios foráneos se hicieron rápidamente eco y hasta Lula compareció en ... defensa del futbolista de Real Madrid. Eso está muy bien. Hay que ser implacable contra el odio, incluso a través de la sobreactuación populista. Como cabía esperar, los discursos se inflamaron hasta concluir que España es un país xenófobo, así, en general. Esto molestó a quienes únicamente aceptan los tópicos de jarana y siesta.
Algunos valencianistas, por ejemplo, se opusieron a la acusación, señalando dos eximentes: la actitud sobre el campo de Vinícius y el hecho de que ellos también tienen en plantilla jugadores de otras razas. Ya saben, llevaba minifalda y yo tengo amigos negros. Lo interesante, sin embargo, ha sido la tímida apertura de otro debate, mucho más hondo, pero que ha gozado de un recorrido aún menor; a saber, la bula de la que disponen los aficionados para proferir todo tipo de insultos –racistas o no– en los estadios. Los entrenadores Xavi Hernández y Carlo Ancelotti dignificaron su oficio, verbalizando el malestar de los profesionales por las experiencias vividas en los banquillos. Ellos hacen su trabajo mientras desde la grada se mienta a su madre. No pasará nada. Porque hincha, tú eres el mejor, etcétera.
Resulta, en consecuencia, discutible que el caso Vinícius tenga que ver (sólo) con el racismo. A riesgo de ponernos estupendos, cabría decir que se trata de otra concreción más de la cultura del odio. Cada segmento de la población o, para ser más claros, cada hinchada, dispone hoy de permiso para formular todo tipo de ataques contra el adversario. Todo vale en la gran lucha histórica donde la moral y la buena educación serían remanentes de un pasado rancio.
Por ese motivo, el llamar 'mono' a Vinícius se integra en la misma lógica que conduce a otros (y otras) a llamar 'bruja' a Ayuso o a toda una secretaria de Estado a grabarse con unas compañeras de 'manifa' mientras se lamentan de que la madre de Santiago Abascal (el hombre que, a su vez, culpa a los inmigrantes) no hubiese abortado. O a los miserables que acosan a la familia de Pablo Iglesias (sí, el del escrache como 'jarabe democrático') en Galapagar. En definitiva, puño de hierro y mandíbula de cristal. Eso sí, lo de Vinícius está encarrilado: liderará un comité especial de la FIFA contra el racismo. Es bien sabido que, para no solucionar un problema, lo mejor es formar un comité. Y a otra cosa.
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