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La presentación de la candidatura de Yolanda Díaz ha devuelto la ilusión a las bases. Estos arranques se dan con relativa frecuencia. Mientras la derecha deambula por los territorios grises, sustituyendo a un triste por otro, la izquierda juega bien sus cartas mesiánicas. Hoy, es ... Yolanda, como otrora lo fueron Iglesias, Carmena o el mismísimo Obama. El sustrato del progresismo propicia el advenimiento de supuestos héroes de la gestión pública. Nadie le dijo nunca a Aznar que quería un hijo suyo, como le decían a Felipe. Poco importa.
La ministra ha retornado a la pose de la actividad política entendida como negociación y pacto. Ya no habla de asaltar los cielos, ni de castas o conspiraciones. Ella parece querer a todo el mundo y dispone de un registro suave, con vocación de atraer a grandes mayorías, y de otro severo, capaz de competir con éxito contra la oposición. Es, indudablemente, un valor y, como ambiciosa 'apparatchik', no ha dudado en traicionar a Pablo Iglesias, quien la nombró heredera a dedo. Iglesias no es González y, consecuentemente, Díaz no puede ser Almunia. Aquí no hay tutelas, ni hay tu tía, como gritaba Fraga.
Podemos fue concebido en su día como un artefacto de mecha corta, dirigido a la conquista rápida del poder en un tiempo de excepcionalidad económica y grave crisis institucional. Fracasó en el intento y muchos abandonaron la nave antes del naufragio, alarmados por el férreo sectarismo de la dirección. Pocas muestras más esclarecedoras de la decadencia de este partido que la comparación de dos imágenes: la luminosa gallega aclamada por el personal y la taciturna intervención de Ione Belarra, burócrata sin talento.
Aún es pronto para medir el impacto político de Sumar. Su puesta de largo, eso sí, atrajo a los más críticos con Iglesias. El presidente Sánchez contempla desde lo alto el cambio de paradigma a la izquierda de su partido, convencido de que necesita un discurso de intensidad rebajada para encarrilar la coalición. La prioridad ahora es detener el desgaste del Gobierno, producido por los desafueros de Irene Montero y compañía.
El defenestrado Errejón –otro valor condenado a la irrelevancia– también acompañó a Díaz en su estreno, lo que hace pensar en un tiempo de renovación en las relaciones con los socialistas. Pero, pocos han hablado de la alargada sombra de aquella Nueva Izquierda que, hastiada de las querencias estalinistas de Anguita, llamó tanto a las puertas de Ferraz que todos sus fundadores acabaron dentro sin poder (ni querer) salir. El colorido, pero líquido, manifiesto de Yolanda Díaz puede ser una llamada semejante, comunicando al PSOE el fin de fiesta radical y pidiendo volver a casa.
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