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Como el español medio debe buena parte de su educación sentimental a Telecinco –con sus Mama Chicho, su Jorge Javier y su Isla de las Tentaciones–, es lógico que la prensa haya preferido destacar los aspectos más impúdicos de la reciente declaración ante el juez ... de Íñigo Errejón. En verdad, la masa patria suele desternillarse cuando escucha referencias sexuales de boca de individuos finos en apariencia. Errejón había cultivado una imagen de ideólogo victoriano, de 'un buen novio', como dice su ex, Rita Maestre, y merecía la pena, faltaría más, emitir las imágenes del líder caído, pronunciando la palabra pene.
Por otra parte, de la exposición de Elisa Mouliaá ha trascendido, apenas, la actitud despectiva del juez Carretero, sus comentarios e interrupciones a la denunciante, su tono altivo hacia una mujer que relataba, nerviosa, unos hechos lo suficientemente graves –sean ciertos o no– como para escucharlos con respeto. El Consejo General del Poder Judicial ha abierto una investigación por lo ocurrido. Eso está muy bien.
Llama la atención, eso sí, que prácticamente ningún medio se haya acordado de comentar una parte del discurso (sí, el discurso) de Íñigo Errejón que, si bien no sirve para aclarar lo ocurrido aquella noche de 2021, permite al personal hacerse una idea de con quién nos jugamos los cuartos. El juez se refiere a la carta de despedida del político madrileño y éste responde: «Militaba en un espacio que tiene a gala defender que cualquier testimonio, aunque sea anónimo y aunque sea en redes, es directamente válido. Yo no puedo ser portavoz de un espacio así y, además, defender mi inocencia. Tengo que dar un paso atrás».
Parece que, con estas palabras, busca aliviar su culpa, vestirse, una última vez, con el hábito de la superioridad moral. Y es que, cuando vinieron mal dadas, en lugar de encadenarse al privilegio, Errejón abandonó su puesto por la ya emblemática «contradicción entre persona y personaje». El juez, sin embargo, no suelta a su presa: «Entonces, ¿por qué el testimonio de la señora Mouliaá no es válido?». Errejón, en un primer momento, no parece comprender a Carretero y trata de insistir en la incoherencia de su activismo, sin atender al fondo del asunto, es decir, a la hipocresía de considerar las denuncias como veraces –sin que pueda oponerse defensa alguna– siempre que el acusado sea otro varón cualquiera. Finalmente, su señoría verbaliza lo evidente: Errejón cambió de opinión cuando se convirtió en el acusado. Responde: «Pasa a veces en la vida». En pocas palabras, y a su pesar, Íñigo Errejón nos lo ha explicado todo: ha sido un empleado de la causa, su beneficiario, no un mártir.
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