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Pero no al penalti, como en la novela de Handke, sino a la manera de Di Stéfano, quien, ya como entrenador –lo recordarán los veteranos–, instruía así a los guardametas: «no os pido que paréis los balones que van dentro, sino que no os metáis ... los que van fuera». Parece un 'kôan' particularmente hondo, pero, oiga, tiene sentido. El peligro está en la vocación del adversario por hacer zozobrar los límites del sentido común. Lo vemos a todas horas en los discursos dominantes que se aplican siempre de arriba abajo, imponiendo relatos de nuevo cuño, supuestamente sostenidos por una inteligencia superior y científica que brilla, inalcanzable, sobre la inmensa mayoría de la población, esto es, para los cuñados.
A la teatralidad política española –imaginamos que, por extensión, también a la occidental– no le emociona el juicio al exfutbolista Dani Alves. Al fin y al cabo, salvo sorpresas de última hora, esta historia nos llega como la quintaesencia de la violación clásica, la de toda la vida: un hombre, una mujer, un escenario nocturno y decadente, una emboscada y una denuncia inmediata. Esto no despierta más interés que la contemplación del ídolo caído; de alguien que, teniéndolo todo, explora los caminos del mal y agrede a una mujer.
La madre del cordero, como decimos, está en otra parte. Es decir, en los balones que, aparentemente, no van a puerta. En ese punto es donde la política, en una sociedad abierta, realiza su labor demiúrgica (nunca de mera representación o gestión). Uno de estos balones fue el caso del 'piquito' del siniestro Rubiales a Jenni Hermoso. Pocas veces se ha exhibido con tanto éxito y limpieza el triunfo del relato sobre la realidad. Hermoso, en un principio, bromeó con sus compañeras, situando el episodio dentro del contexto de la euforia por la victoria en el Mundial. No fue hasta un tiempo después que la futbolista, instruida en la moral pública, decidió que la condición de víctima era la que más se ajustaba a su experiencia.
Para que resulte útil en el escenario partidista, conviene que un acontecimiento sea bien cimentado por la palabra; que no se deseche de entrada, sin más reflexión o ajustándose a ideas preconcebidas. El 'no será para tanto', formulado en los primeros compases del caso Rubiales, fue aplastado unánimemente por la descripción casi terrorista del fenómeno. Gol. El personal, avisado del camino que están tomando las cosas, se envuelve ya de primeras en mantras y conjuros protectores. «Yo creo a las víctimas», en fin, si son mujeres. Con mayor motivo, si protagonizan una historia tan aparentemente equívoca como la que le ha costado la carrera a Carlos Vermut.
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