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El pasado mes de enero, se hico público el fallecimiento de Micheline Wolanowski, casi centenaria, en Vigo. Dicen los medios que esta mujer, nacida en Francia de padres judíos polacos, era la última superviviente de Auschwitz en la ciudad gallega. Resulta habitual encontrarse con noticias ... de este tipo cuando ya se han cumplido ochenta años de la liberación del campo de exterminio. Es un goteo tenaz y, más pronto que tarde, desaparecerán todos los testigos del horror. El gran peso de Auschwitz se sostiene en el lema tantas veces repetido, «no hace mucho, no muy lejos», que advierte de la proximidad del acontecimiento. Somos, en definitiva, herederos inmediatos del crimen más atroz, perpetrado hace muy poco tiempo, a la manera industrial, en el corazón de Europa. Aquellos que esquivaron el sacrificio comparten con nosotros época y territorio. No hay que bajar la guardia.
El futuro, sin embargo, alumbrará un espacio sin testimonios directos del Holocausto, sin el relato de la experiencia carnal de aquel infierno nacionalsocialista. Mis hijos, por ejemplo, sólo alcanzarán a intuir los ecos del martirio. Si tuvieran interés –haré lo que pueda–, sabrán que existe un fondo documental reservado para el estudio de los académicos. Los medios de comunicación y las redes sociales aprovecharán para convertir Auschwitz en un símbolo de la estrategia del momento: las coyunturales y partidistas urgencias de la modernidad. Los judíos, reconvertidos, según la estupidez campante, en los «genocidas» de Gaza, ya no podrán enarbolar el ejemplo de la Shoah como destino natural del antisemitismo. Si la Iglesia Católica ha perdido el control sobre la figura de Jesús de Nazaret, que ya es, a un tiempo, palestino y socialista, la comunidad judía internacional perderá a Ana Frank, a Primo Levi, a Imre Kertész.
Aún estamos a tiempo, obviamente, de revertir la tendencia analfabeta; de escuchar a quienes resisten el acecho de la enfermedad y la vejez para evitar que Auschwitz acabe siendo una cáscara cualquiera –otro Coliseo, otra Gran Muralla–, presentada sólo como reclamo turístico o curiosidad arquitectónica. El plan de exterminio de los judíos de Europa fue urdido en el 'país más culto' como resultado del hundimiento moral de toda una nación en las aguas del atávico odio al 'pueblo deicida'. Y es que una nación puede hundirse, como se demuestra hoy (sin pretender, por supuesto, comparar irresponsabilidades) en Estados Unidos, donde los electores han colocado en la Casa Blanca a un candidato que aseguró, en un debate transmitido por televisión, que los inmigrantes se comen a los perros y a los gatos y que pretende ahora solucionar la crisis de Oriente Medio vaciando Gaza de palestinos. La frívola deshumanización del mundo.
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Ana del Castillo
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