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Afortunadamente, España ha cambiado mucho. Quiere decirse que ya no la reconoce ni la madre que la parió. No sabemos si habrá sido Zapatero o la integración europea, pero lo cierto es que este país se parece poco al de Chanquete y Esteso; al de ... la picaresca y el «no se meta en política». Embebidos en la muleta del activismo y el desarrollo personal (lo que sea que eso signifique), nuestros adolescentes embisten la realidad apoyando todas las causas nobles.
Antes, o sea, cuando Franco y aún muchos años después, al mando se lo medía con una exigencia a medio camino entre la vergüenza por habitar un Estado incapaz de organizarse en libertad y el cinismo de quien pretende ser más listo que nadie. Se acordarán ustedes de aquel cliché, desplegado otrora por toda la península, que quitaba hierro al asunto de la corrupción con cierta profundidad neotestamentaria: «es un ladrón, pero hace mucho por el pueblo». He pensado estos días en nuestras viejas costumbres, con motivo del fallecimiento de Julián Muñoz.
Y es que, con esta metamorfosis rojigualda, parece mentira que la juventud rebelde haya tropezado, de nuevo, con la piedra de la inmoralidad. Bueno, no, en realidad, no parece mentira. Las fuerzas vivas, de la izquierda 'transformadora' y ciertos 'cantabristas' (gente 'pa tó'), exhiben impunemente sus apetencias psicópatas con motivo del primer aniversario de los atentados de Hamás en Israel. Mientras la mesura socialdemócrata (llamemos así a la equidistancia) se ha agotado en ejercicios de equilibrismo durante trescientos sesenta y cinco días, los radicales, a chilaba quitada, enarbolan orgullosamente sus placeres culpables, elogiando, por ejemplo, a Nasrallah como un gran «líder antiimperialista» que plantaba cara al sionismo. En sus redes sociales (¡hasta en la prensa escrita!), aseguran que este capataz del terror, encargado de Hezbolá y mamporrero de Irán, gestionaba en Líbano una gran red de beneficencia. Vamos, que también como pasaba aquí, hacía mucho por el pueblo. Entendemos que, en su administración, las funciones estaban repartidas: unos preparaban termos y otros mataban judíos.
El progresismo de camisa remangada y pantalones beis mantiene un discurso de 'extrema preocupación' que anima, de vez en cuando (faltaría más), con severas condenas a Israel y eslóganes como «la paz es el camino». Los del chándal, con la seguridad que proporciona el dominio del espacio público, se han paseado el fin de semana por las calles de Santander para conmemorar la matanza de Hamás sin nombrarla. Es decir, para conmemorar y para celebrar. El país de Miguel Ángel Blanco y Múgica Herzog, la ciudad de la bomba en La Albericia, festejando el crimen antisemita más terrible desde Auschwitz. Qué indignidad. Qué tristeza.
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