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Habrá que explicar lo que ha pasado; cómo se han rendido las cabezas. Y será duro detallar el proceso, ordenar los episodios. Algunos hablarán de la crisis de 2008 o de la presidencia de Bush Jr. como origen del cambio. El horror del capitalismo financiero, ... ya saben, y otro mundo es posible. Mientras tanto, al este del Edén, los monstruos emprendían su silencioso rearme, apartando fantasías identitarias y delirios digitales y climáticos.
En los albores del nuevo milenio, Occidente abandonó su único tesoro real, exportable y mensurable: la libertad. Lo canjeó por conceptos de saldo –de nueva creación y demagógico abuso– para no molestar. No ha hecho falta el transcurso de un número excesivo de años para que, despachada la Iglesia católica, la juventud –siempre pionera en tragarse cualquier oblea– se viera compelida a los compromisos cómodos de comunión general. De aquellas redes gamberras y desenfadadas del origen ya no queda nada. A lo sumo, algún viejo bromista, reconvertido hoy, como aquel de Tarso, a la fe del poder.
El planeta, sin embargo, no ha cambiado. La lucha verdadera es la que viene enfrentando desde hace siglos a quienes defienden la sociedad plural, abierta, libre y democrática con las fuerzas que prefieren las recetas más picantes: teocracias, nacionalismos y totalitarismos de partido único. Claro que, actualmente, es costumbre el liarse la manta a la cabeza (o cubrirse el rostro con ella) y no entrar en profundidades. Resulta mucho más productivo el permanecer en un estado de intensa rebelión inane contra los piropos o producir supuestas obras de arte sostenidas con dinero público y a mayor gloria del mando.
Uno ingresa hoy en cualquier plataforma y se encuentra con vídeos breves, de apenas segundos, en los que los actores, deportistas, músicos y políticos comparten un mismo lenguaje ideológico y, por supuesto, inclusivo; descaradamente mitinero y sólo reivindicativo en apariencia. La moda pasa en estos días por los testimonios de resiliencia y las acusaciones a toro muy pasado de discriminaciones varias. Los menos hábiles con la militancia no se han quedado fuera del juego. El dogma, además de místicos e inquisidores, también segrega una ética; un orden para la vida. Y aquí entran los chavales (y chavalas, claro) con sus rutinas mañaneras, su leche de avena y la meditación.
Entre el 'Skincare' y el 'Journaling', imaginamos que habrá también algún momento para mirar de reojo al televisor en el que se proyectan a diario imágenes de muerte e injusticia. Como hace diez años, como hace cuarenta. Son siempre los mismos muertos y los mismos asesinos, aunque los sermones y las quejas pretendan alumbrar un mundo nuevo que no le importa a nadie.
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