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Y, mientras esto sucedía, ¿qué pensaban los decentes, los sensatos? Perdone, usted, pero estábamos hablando en serio. ¿Sensatez y decencia? ¿En política? Eso queda muy lejos, oh, lector; de hecho, pese a la nostalgia de algunos por el mundo tradicional (de orden funerario y parroquias ... llenas), lo cierto es que el poder ha mostrado siempre una impenitente hostilidad hacia todo lo justo y bueno. El mando busca la extensión ilimitada, la acción sin el riesgo de que algún escrúpulo lo detenga o fiscalice.
Ya sin nadie enfrente, finiquitados los delirios dogmáticos de aquellos que se decían vicarios de los dioses en la tierra, el trono hace y deshace, hoy, a su antojo, proponiendo valores de coyuntura, pronunciando discursos impúdicamente artificiales, bien asumidos por un público partidario que ha sustituido la razón por la identidad y la gestión por el enfrentamiento. Los valores morales –siempre en entredicho, discutidos o, directamente, quebrantados, pero presentes como espada de Damocles– se deshacen entre los militantes más jóvenes, orgullosos en su defensa de la política como único ámbito posible para el gozo y ajenos a la memoria de la libertad, es decir, de la única causa realmente revolucionaria y perjudicial para todos los tiranos en cualquier tiempo.
Aquellos universitarios del 68 fracasaron a pesar de (o, precisamente por) sus lecturas de Marx y de Marcuse. Era difícil prever que el cambio lo lideraría la generación de Twitter, pero es cierto que las redes sociales, en su agresividad apabullante, han allanado el terreno para que las reivindicaciones tribales descarten la idea de ciudadanía. El siguiente paso será borrar la humanidad toda y sustituirla por ideologías de cámara que pregonen el odio al diferente, al pensamiento ajeno, a la alternativa que confronta la idiosincrasia dominante.
Nuestra querida Santander, que no ha sido nunca Moscú, ha pasado de ser club de tenis de las clases pudientes (y aspirantes a serlo o aparentarlo) a escenario para manifestaciones antisemitas con los cadáveres aún calientes de los israelíes masacrados el pasado 7 de octubre. Unas cuantas marchas por el centro en favor de la 'resistencia palestina' –que habrían emocionado a los alemanes que, en los años cuarenta, vestían trajes de Hugo Boss– y ninguna en memoria de los mil doscientos asesinados o de los más de 130 rehenes aún en poder de los terroristas. Como tampoco hay ninguna convocatoria en defensa del Estado de derecho, más allá de los cafres que se concentran en Ferraz para insultar a Sánchez y, de esta manera, asearlo. Israel pende de un solo hilo: la protección de Estados Unidos– esto es, del único país con la libertad por bandera–, en un planeta enamorado del totalitarismo.
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