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Tambores de agosto

Rubiales no es un actor público, sino un hombre solo, un cadáver mediático

Miércoles, 30 de agosto 2023, 07:32

Cuando, el 21 de enero de 1793, subió los peldaños del cadalso para su definitivo encuentro con 'Madame Guillotine', el ciudadano Luis Capeto (otrora Luis XVI de Francia) quiso dirigirse, por última vez, a ese pueblo suyo tan revoltoso. Frente a una multitud de sádicos ... y curiosos que abarrotaban festivamente la Plaza de la Revolución (hoy, irónicamente, llamada de la Concordia), el exmonarca intentó pronunciar su discurso final: un orgulloso y magnánimo alegato de inocencia. No tuvo tiempo. Los guardias impidieron el sermón y los tambores ahogaron la voz del condenado. Por el bien del flamante poder establecido, era importante evitar la proliferación de opiniones sobre el destino del rey y la sensiblería de última hora. Además, Luis era ya un símbolo de lo que muere para alumbrar el régimen nuevo y su ejecución, la expresión ritual del sacrificio que corta de raíz cualquier inclinación reaccionaria. Francia quemaba las naves de la historia. La afilada hoja de la libertad y la razón separó su cabeza del tronco y el personal volvió contento a casa.

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