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Estos días he tenido muy presente a Shane MacGowan, fallecido en Dublín va a hacer ya casi un mes. La despedida del líder de The Pogues, un emocionante funeral católico celebrado en Tipperary, ha sido la de un bardo querido por sus compinches –desde el ... exdirigente del Sinn Féin, Gerry Adams, a otros miembros de la cultura y de la farándula como Nick Cave o Johnny Depp– y admirado por sus partidarios. Hijo de inmigrantes irlandeses en Inglaterra, tuvo esa emblemática querencia por la identidad perdida, redescubierta y recreada en la isla del invasor.
En el año 1987, su grupo lanza al mercado la que luego se convertiría en su canción fetiche, 'Fairytale of New York'. De trama aparentemente navideña, el sencillo renueva el aspecto menos reivindicado y, acaso, el más hondo y poderoso del villancico: la melancolía por el paso del tiempo que se adhiere a una celebración ritual y permanente. Alguien entona la melodía aprendida de sus padres o sus abuelos y hace suya la queja sutil por las veladas irrecuperables. «La Nochebuena se viene/ La Nochebuena se va/ Y nosotros nos iremos/ Y no volveremos más». Hay poco que añadir a esta aceptación serena de la propia finitud.
The Pogues, bajo el manto de las «fiestas-más-entrañables», proponen un poema a dos voces, al estilo Pimpinela: «Yo podría haber sido alguien», dice él. «Bueno, como todo el mundo», responde ella. La Navidad permite reconectar con aquel yo infantil que soñaba con un amplísimo abanico de triunfos. La música, las luces excesivas y los adornos evocan recuerdos cómodos en la persona adulta, abrumada hoy por las guerras, las mentiras y la omnipresencia política y comercial.
La prodigiosa 'Christmas Card From a Hooker in Minneapolis' (algo así como 'Postal navideña de una prostituta de Minneapolis'), de Tom Waits, incluida en su disco de 1978, 'Blue Valentine', es otro ejemplo de villancico felizmente actualizado. En esta ocasión, una mujer escribe a su ex novio, de nombre Charlie, para anunciarle su embarazo y felicitarse por todo lo bueno que hay en su vida: tiene varios coches en el garaje y los sábados sale a bailar con su prometido… La canción dibuja un paisaje de ilusiones razonables y concluye con una irónica confesión: no posee absolutamente nada, es todo un sueño, una burla amarga. Está en la cárcel y necesita dinero para la fianza. La ruptura final deshace el espejismo de la escueta felicidad –ni siquiera se trata de un delirio de riqueza o desmesura– y simboliza el derrumbe de todas las promesas. Felices fiestas.
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