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En estas fechas entrañables, con todas las cosas en suspenso, uno vuelve a los hábitos de siempre, a cierta pausa en las urgencias de la vida adulta. La quietud del invierno propicia el reposo en la brega capitalista (para el que quiera reposar) y, entonces, ... vuelven las canciones, los libros y la indigestión. Ya hemos hablado en esta columna de Tom Waits y su inspirada 'Christmas Card From A Hooker In Minneapolis', canción con la que retrata maravillosamente la melancolía navideña, la punzante sensación de no estar a la altura del milagro.
Llega Waits –un asiduo acompañante de fin de año– y escarbamos en su obra, en su invasión industrial del silencio. A veces, unos cuantos versos dan idea de la gravedad del problema. Aquellos que no aprovechan para reposar y bajan a las calles animados por las compras se mueven histéricamente sobre las aceras, tropiezan entre ellos y activan una siniestra cuenta atrás para completar su lista de regalos. Esa contradicción entre la supuesta mansedumbre de las fiestas y la ebullición del comercio desata la ira del ciudadano-consumidor (más consumidor que nunca).
En 'Jockey Full of Bourbon', canción de 1985 y primer single de su álbum 'Rain Dogs', el californiano parece dirigirse a esta gente, sobre todo a los que vuelven por Navidad para recuperar el abrazo del nido o buscando la valoración de sus parientes. Canta: «Vuela a casa, pajarito/tu hogar está en llamas, los niños están solos». En esta época de guerras y gentuza a los mandos, pareciera que esta es la única opción de supervivencia; la tan denostada intimidad de provincias, los lazos familiares –sostenidos por las mismas conversaciones, acaso las mismas bromas de todos los años– que no acaban de romperse a pesar de la edad y las turbulencias.
Claro que los dos pilares de la modernidad, la publicidad y la propaganda, advierten contra las querencias infantiles, esa perversión improductiva del tiempo, y pretenden convencer al personal de la superioridad moral de las hojas Excel y de la exposición en LinkedIn. La familia es objeto de chanza y, eventualmente, portavoces oficiales, vestidos de colores, hacen campaña por los «tejidos de sostenimiento», es decir, por las amistades que, tras la revolución, podrían sustituir a los cuñados. Vamos, lo que sea para no salir de Malasaña.
Hay que seguir dándole a la manivela del progreso. El espectáculo debe continuar y el nido está muy bien para un rato. Esa atracción de la provincia, con el cliché de la vida natural y desahogada, terminará muy pronto. Como apuntamos en el artículo anterior, las luces y el ruido ocupan ya todo el espacio del mundo. Gracias, señor Waits.
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