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Como ya todo está disponible en la inmensa red audiovisual y los territorios de América (¡incluso Canadá y Groenlandia!) quedan ahora muy cerca de casa, no hace falta aproximarse al entretenimiento como en una feria itinerante, donde la realidad se prueba a pequeños sorbos. La ... atractiva NBA, por ejemplo, otrora producto imposible para el aficionado europeo –que disfrutaba, únicamente, de breves y nocturnos resúmenes en la televisión pública–, se emite hoy en cualquier parte del mundo, a cualquier hora. Sólo el 30% de los seguidores de la liga estadounidense, dicen, es súbdito de Trump.
De ahí que espectáculos como el de los Harlem Globetrotters no sean apetecibles para el público partidario. Ciertamente, desprenden un tufillo rancio, aunque, desde luego, simpático con ese falso encuentro deportivo, envuelto en desenfado y colores. Los partidos contra sus rivales de toda la vida, los Washington Generals (bautizados, eso sí, con diferentes nombres, según la época), sirven para hacer brillar a los protagonistas, que, además de ganar, hacen una descarada exhibición de sus poderes. La tensión de un partido real, con la amenaza de la derrota, prácticamente no existe en los eventos para toda la familia, donde hay más fantasía que competición (yo a los de Harlem los vi hace muchos años en la plaza de Vistalegre de Carabanchel, donde otros vieron, más tarde, a Pablo Iglesias).
Algo parecido ocurre en la política española, donde hay un equipo al estilo Globetrotters, con mando en plaza y con la capacidad de reducir al mínimo las posibilidades del adversario. El PP y Vox sirven, en definitiva, para que el PSOE y, en general, la izquierda, desplieguen su retórica. En la cancha de baloncesto puede ser un mate, una finta o un triple. En España, son Franco, Palestina y Lalachús. El efecto en el respetable es idéntico: la comunión con los líderes, la pasión por asistir a esa magia encarnada en el momento presente.
Los populares y los de Abascal –nuestros Washington Generals– allanan los senderos para Sánchez. Las redes sociales, pobladas por especímenes de mucho gimnasio y poco vocabulario, los 'criptobros', que lo mismo te dicen mileurista que hablan de Tartaria, y toda una nueva generación con querencias descocadas sólo pueden servir para que Feijóo siga para siempre en el muelle de San Blas. La derecha en España no es Isaiah Berlin o Ralf Dahrendorf (ni siquiera Hayek o Ronald Reagan). La ya emblemática impermeabilidad patria al concepto de ciudadanía, que abraza las más oscuras militancias y desprecia el intercambio de ideas, produce figuras vergonzosas a ambos lados de la cancha. Pero, la izquierda cuenta con un arma secreta que nunca falla: el imbatible 'alley-oop' del antifascismo.
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