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Con fecha 19 de noviembre, hace menos de una semana, este diario publicó una tribuna de opinión firmada por Pilar Ariño, psicoterapeuta y psicoanalista. Partiendo de un caso concreto, que desconozco y del que no puedo ni debo opinar, hace algunas afirmaciones contundentes que ... considero erróneas; cargadas de emotividad, pero equivocadas. Y decido salir a rebatirlas porque pueden generar confusión en aquellas personas que se interesaron en leer sus argumentos atraídos por un tema tan candente en nuestra sociedad como el suicidio, y por comparar la atención que los psiquiatras prestamos a estos problemas con el 'cuento de la buena pipa'.
La señora Ariño pone sobre la mesa un tema realmente difícil de analizar: cómo proceder con persona atendida de urgencia tras un intento de suicidio una vez que el riesgo vital generado por el método utilizado está ya controlado. Realmente se trata de una situación dramática con muchas vertientes médicas, psicológicas, sociales y jurídicas, ya que entran en juego conceptos tan esenciales como la protección de la vida, la libertad de movimientos y el principio de autonomía de los pacientes. Asunto realmente complejo y sensible, que desde luego no se puede resolver con soluciones simplistas y basadas en el desconocimiento.
Ariño describe de forma acertada la coordinación de todos los dispositivos involucrados para atender un intento de suicidio hasta que ya no se aprecia riesgo vital.
Profesionales del servicio 061, cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, médicos de urgencias, profesionales de enfermería y personal auxiliar actúan de forma tajante mientras existe un peligro real e inmediato, incluso en contra de la voluntad del paciente.
Y actúan así en virtud de su obligación de preservar la vida y protegidos legalmente por esa relación 'de sujección especial' que tiene lugar en un entorno hospitalario, especialmente en situaciones de urgencia. Además, todavía no se ha evaluado la capacidad de decidir del paciente, y al menos en ese momento se debe considerar afectada. Todos los profesionales sanitarios debemos proteger la vida de cualquier persona y en cualquier situación mientras exista un riesgo evidente.
Según ella comenta, el problema real comienza cuando interviene el psiquiatra de guardia. Sorprendente afirmación basada en el argumento de que no es posible que «el juicio de una persona que unas horas antes ha intentado quitarse la vida sea claro, no esté enajenado y no sea fruto de una descompensación mental grave». De acuerdo con esta máxima, exige que todos estos pacientes sean hospitalizados aún en contra de su voluntad. Manifiesto error pensar de esa manera. Muchas personas que han llevado a cabo una conducta suicida presentan a las pocas horas un estado mental que no conlleva afectación significativa de su capacidad de obrar, a pesar de estar deprimidos, ansiosos o de sus rasgos anómalos de personalidad.
Al menos dos personas cada día acuden al Servicio de Urgencias del Hospital Marqués de Valdecilla por ideación suicida o tras un intento de suicidio que no ha sido letal. Tras controlar el riesgo vital en la propia urgencia o en un servicio médico del hospital, permanecen en observación hasta que son evaluados una o varias veces.
Treinta de cada cien de estos pacientes precisan hospitalización psiquiátrica, a veces de forma involuntaria. El resto pueden ser atendidos ambulatoriamente si somos capaces dellegar a un acuerdo con el paciente y su entorno.
Desde 2016 contamos en el hospital de día psiquiátrico de Valdecilla con una consulta inmediata, intensiva, y multidisciplinar para atender a personas con riesgo de suicidio. Se trata del programa CARS. Este programa nos ha permitido reducir a la mitad el número de pacientes que deber ser hospitalizados, así como la reincidencia en este tipo de conductas. Este programa está siendo reconocido por sus resultados a nivel nacional y se va a poner en marcha en todas las áreas sanitarias de Cantabria y en hospitales de otras Comunidades Autónomas. Estos son datos reales. No se trata de ningún cuento. Seguiremos avanzando en esta dirección, evitando soluciones arcaicas que fomentan el institucionalismo y no respetan la autonomía de las personas.
En situaciones como estas los psiquiatras nos sentimos solos a la hora de tomar decisiones muy delicadas; pero asumimos esta tarea tan difícil con responsabilidad, porque estamos bien preparados y nuestros resultados nos avalan. Debemos mejorar nuestra capacidad de explicar esta realidad a la sociedad para recibir su apoyo. Y también nos vendría bien el apoyo de todos los profesionales que trabajan en el ámbito de la salud mental, aunque sea en entornos muy alejados de la actividad hospitalaria y desde posicionamientos teóricos muy diferentes.
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