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Decía hace unos días Pepe Álvarez, el sindicalista mayor del reino de la UGT, que aprovechemos y disfrutemos del verano y que los agoreros que predicen una crisis galopante en el otoño que vendrá se vayan, nos vayamos, a hacer puñetas. Como si más que ... una triste y dolorosa previsión amparada por los análisis de los economistas más prestigiosos del mundo fuese un deseo; como si nos alegrase la vida tener razón y que el cielo se rompa en dos y nos caiga, como chuzos de punta, otra crisis económica que será más difícil de soportar que la de 2008 porque la situación actual es mucho peor ahora que entonces. Sirva como ejemplo que la deuda del Estado era por aquellos días de algo más de 440.000 millones de euros y algo menos del 40% del PIB nacional. Hoy, esa deuda alcanza casi el billón, sí, he dicho billón, y medio de euros y ha subido descontrolada hasta el 118%.
¿Y cómo anda este asunto en la Cantabria idílica que lleva gobernando Revilla 23 de los últimos 27 años? Agárrense al asiento. Hemos pasado de tener en 2008 una deuda de 511 millones -algo menos del 4% del PIB regional- a casi 3.300 millones, un 23%, multiplicándose la deuda por seis. Y si hay alguien que no entienda que esto es inasumible, además de que hipoteca el futuro de nuestros hijos, nietos y bisnietos, es que vive en Narnia y es un peligro público para nuestro estado del ¿bienestar?
Esa pérdida de contacto con la realidad que ha demostrado el sindicalista mayor del Reino, ha sido aún más lamentable y evidente en las manifestaciones, temerariamente optimistas, que hizo Revilla en el debate del Estado de la Región. El presidente nos dijo desde la tribuna del Parlamento, con un cuajo asombroso y la misma soltura con la que habla con Pablo Motos, que si el panorama se arregla Cantabria tiene un futuro extraordinario. Tal cual. Claro, le respondí, y si yo me pongo una linterna en la cabeza, un timbre en el brazo, una cestita en el pecho y dos ruedas, sería una bicicleta.
Yo no voy a contarles patrañas y me voy a ceñir a la realidad que señalan todos los expertos y diré la verdad aunque duela y no quiera escucharse: los datos confirman que España está subida en el coche de Thelma y Louise y todos sabemos cómo acaba la película, y Cantabria va escondida y callada en ese maletero. No sólo no es para estar satisfecho, sino para estar avergonzado.
La guerra en el Este y sus efectos (aumento del precio de la energía, inflación, encarecimiento de las materias primas y de la cesta de la compra, etcétera) va para largo. La inflación, ese impuesto negativo que nos empobrece, que dijo Calviño que era coyuntural, nos acerca a la estanflación. La deuda, en términos absolutos, va a seguir aumentando. El Banco Central Europeo va a dejar de comprar deuda española. Los intereses van a subir a partir del otoño, lo que va a hacer esa deuda aún más insoportable y a encarecer nuestras hipotecas. Y ante este panorama, Europa -Europa, ese ente al que parece que no pertenecemos- nos va a crujir si deciden, otra vez, rescatarnos.
Urgen reformas estructurales o nos vamos de nuevo al carajo irremediablemente.
La administración autonómica ha roto sus propias costuras y ha entrado en metástasis laboral. El sistema sanitario no da más de sí a pesar de llevarse más de 1.200 millones de euros al año. Los más de 3.300 millones de euros de deuda nos hace destinar 425 millones al año para amortizarla y pagar sus intereses. Montar un negocio en Cantabria, por pequeño que sea, es una auténtico ejercicio de heroísmo. Las subvenciones a decenas y decenas de amiguetes vuelan y compran voluntades. Los fondos europeos ni los veo ni los entiendo. En los últimos quince años la pensión media ha aumentado un 60% y el salario medio un 29%, y ligar las jubilaciones a la inflación es llevar a la quiebra el sistema de pensiones si ya no lo está... Ya paro.
Esta situación económica, con la inflación desbocada, sólo se soluciona con dolor. Todos vamos a perder. Necesitamos con urgencia un pacto de rentas en el que se incluyan salarios, beneficios empresariales y pensiones -tanto las medias como las altas- para poder distribuir equitativamente y con justicia este desaguisado protegiendo, como no puede ser de otra manera, a aquellas personas más vulnerables. No hay otra.
Pero no lo van a hacer. Nunca lo han hecho porque forman parte de esta estructura desmedida y oxidada y porque no da votos decir que hay que ajustarse el cinturón; que hay que reformar la administración pública, la sanidad, la educación, las pensiones. Y cuando lo hagan será obligado y la excusa será Europa.
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