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Charles Péguy presentó a los «padres de familia» como «los grandes aventureros del mundo moderno». Pero ya no estamos en la modernidad, sino en la ... posmodernidad. En la época de Péguy la paternidad podía ser considerada una aventura, hoy día la figura del padre está siendo eclipsada cuando no neutralizada. Actualmente parece que se puede prescindir del padre. «La imagen que los hombres y los padres tienen de sí mismos se ha deteriorado», asegura Paul Josef Cordes en 'El eclipse del padre' (Madrid 2003). «No saben qué pensar de sí mismos. Muchos intentan superar su inseguridad dedicándose de lleno a sus actividades profesionales, otros huyen de ella refugiándose en la diversión. Con frecuencia, dicha inestabilidad atormenta su propia autocomprensión masculina». Desde hace décadas se habla de familias con el 'padre ausente' bien por divorcio o por haber nacido el hijo fuera del matrimonio. Por otra parte, las técnicas de reproducción asistida permiten prescindir de la parte masculina de la pareja. Cada vez hay más familias monomarentales, como se dice hoy.
No es baladí la ausencia del padre en la vida del hijo, sobre todo en los primeros años. Aquilino Polaino Lorente, psiquiatra y académico de la Universidad Complutense de Madrid, señala: «El vínculo padre-hijo proporciona al niño que crece la seguridad que tanto necesita. Le da confianza en sí mismo, elemento clave en el que se apoya toda su autoestima. El hijo, tras la exigencia del padre -que siempre debe ser exigencia amorosa- descubre que puede hacer más de lo que hace, que alguien confía en él y espera algo de él. Se siente valioso, pues si no lo fuera, su padre no le pediría nada. El infantilismo y la inmadurez crónica son las consecuencias directas de la falta de padre».
La figura del padre de familia es imprescindible porque desarrolla una misión única e insustituible. Hablamos de la figura, no del rol del padre. Porque el papel de padre pudiera ser ejercido muy bien por una mujer. La paternidad humana no es una cuestión de rendimiento. Se logra también a través de los propios fallos. Ayudar al hijo a afrontar el riesgo de un futuro desborda cualquier programa preconcebido. La pérdida de los puntos de referencia de antaño la hacen aún más sorprendente. Tampoco el padre es un experto o un maestro. No se trata de un experto que comunica lo que ha aprendido en un ámbito muy concreto de la vida y por eso es tenido por competente. Un padre transmite la vida entera, incluido lo que no comprende y se le escapa. Por eso su autoridad no debe degenerar en autoritarismo y el misterio de su figura no debe desaparecer para obtener logros funcionales. Esto deforma la imagen de la familia. Otra desviación más sutil se produce cuando la familia coloca la educación como prioridad, colocando al hijo en el centro. Françoise Dolto recomienda que el niño esté en la periferia para poder observar así el mundo adulto. Si no, preferirá no crecer para continuar siendo el ombligo del mundo arropado por sus padres, incapaz de vivir hacia fuera.
Al padre no se le exige competencia, sino responsabilidad. Y la responsabilidad no es capacidad de controlar, sino capacidad de responder. Si para dar vida tuviéramos que asegurarnos de que está libre de riesgos y defectos, nos conformaríamos con fabricar robots. El padre responsable es el consciente de que ha recibido la vida la transmite con alegría. De hecho, la vida nos lo han transmitido nuestros padres. La paternidad es, en primer lugar, el consentimiento a la vida recibida y entregada, aunque esta vida esté herida y expuesta al mal.
El padre tiene un papel fundamental dentro de la familia, pero tiene que ejercerlo de acuerdo con la madre para que sea equilibrado y enriquecido. Hoy es muy común que al padre se le exija la empatía, el afecto o la ternura, valores más relacionados con el modelo maternal, y que se olvide del ejercicio de la autoridad, poner límites, la valentía, la defensa del débil... Por otra parte, a la vez que el hombre se feminiza, la mujer se ha masculinizado para entrar en el mundo profesional. El padre educa porque es padre y el hijo es educado porque es hijo.
La autoridad de los padres no procede de la cualificación, no es su base. Es una autoridad que tiene eficacia propia, en el sentido de que así enseña el padre que él no es el Padre con mayúscula, sino que también es hijo, y que debe remitirse, junto con su hijo, a una autoridad más alta que la suya. Por otra parte, como esa autoridad suya proviene de un don y no de una cualificación, el padre no puede hacer del hijo una criatura suya, valorándolo según su escala de valores: debe acogerlo como un misterio.
San José representa un modelo singular de paternidad, pero esencial. Una persona silenciosa, cariñosa, tierna... pero a la vez absolutamente valiente y fuerte. Hace falta mucho valor para tomar las decisiones que tomó para proteger a María y a Jesús, como decir «sí» a la maternidad de la Virgen, e implicarse, como huir a Egipto, tierra extranjera. Sí, es modelo del hombre de la civilización occidental: lo que ocurre es que hemos ido degradando la tradición histórica. Es hora de volver a nuestras raíces.
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