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Es un clásico que los padres de los demás siempre son más majos. Siempre les dejan quedarse hasta más tarde, siempre les compran ropa con marcas reconocibles y no como las tuyas, Delmon -del montón del mercado-, antaño muy prestigiosa en tu barrio, pero parece ... que ahora venida a menos.
Hemos querido educar a nuestros hijos con manual ultramoderno, y poco a poco nos vamos quitando el sombrero con las consignas paternales sesenteras u ochenteras. Corto y claro. Te educaron y criaron en el pueblo o barrio con cuatro reglas y normas básicas. Más laxas o más férreas, estaban claras, por explícitas o tácitas. Tus respuestas eran de manual, estabas «por ahí, con los de siempre, haciendo nada». Pero nosotros lo íbamos a hacer todo mejor. Más diálogo, más amigos y menos padres. Padres 2.0. ¡Qué ingenuos! El guión era bueno, de Hollywood. Pero esto es España y somos más de Berlanga.
Contemplas por la calle parejas que conversan, o lo intentan, con sus hijos parvularios en inglés, aunque sabes que ninguno de la family es de Kentucky o Londonderry, y no reconoces bien si es más ridículo o superguay.
MasterChef tampoco ayuda a ser guay. Lógicamente es facilísimo hacer una receta ideal en treinta minutos con tamarindo, cúrcuma, soja y otros treinta y cinco ingredientes de badulaque, pero que Mari, de Ultramarinos Mari, no ha conocido en su larga vida. Y tú te ves ahí, que todos los miércoles preparas macarrones con chorizo y si te vienes arriba el queso rallado no es de bolsa, y claro, no triunfas con la chavalería del TikTok. Y así, la estrella Michelín en el bajo puerta tres no tiene pinta de que llegue tampoco este año. Y te oyes rememorando a tu madre: «Todo el día haciendo comidas para cinco minutos, y ni gracias». A menudo te repites que tú eres el adulto. Preparas en tu mente lo que les vas a decir... Pero llegado el momento, o se te hincha la vena o se te encharca el ojo. Una pena. Y si coges la zapatilla te ves en el juzgado. Porque en esta sociedad el término medio lo tenemos muy abandonado.
Tampoco pasa nada cuando te ves como un padre fracasado porque tus hijos no son lo que esperabas, siempre viene alguien a aconsejarte, al rescate. Cómo era aquello: «Si fuera mi hijo le daba una bofetada. Si fuera el tuyo, yo también». Claro que nada es ideal, ni lo de antes, ni lo de ahora, ni lo de nunca. Pero ser un padre guay creo que no es para mí. Aunque me huele que tampoco los otros padres y madres son tan ideales y que en todas las casas cuecen habas, o cocido de garbanzos con relleno, que no tendrá glamour, pero a mí me recuerda a mi infancia y eso es muy guay.
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