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Los extremos no son buenos y tienen mala prensa, salvo cuando Paco Gento, 'la Galerna del Cantábrico', volaba por la banda izquierda del Real Madrid ... y de la selección española, y Mané Garrincha, 'la Alegría del Pueblo', sorteaba defensas por el lado derecho del ataque del Botafogo y de Brasil. En los tiempos del 'jogo bonito', el régimen de Franco alcanzó uno de sus mayores éxitos deportivos con el triunfo de España sobre la Unión Soviética de Lev Yashin en una final europea. En esa época de los años sesenta y setenta los extremos estaban en su sitio. El que era zurdo ocupaba la izquierda y el diestro la derecha, y no como ahora, que se les sitúa 'a pie cambiado', una definición inexacta. El extremo en el deporte es esencial y muy valorado, pero en política se asocia a la radicalidad y no está bien visto por aquellos que invocan falsamente la moderación y un centrismo etéreo.
En España, la ultraderecha se identifica con Vox, el partido liderado por Abascal, en el que Emilio del Valle es diputado por Cantabria. A Vox, que cuenta con diecisiete escaños y medio millón de votos más que Podemos, lo quieren aplicar un 'cordón sanitario' por esa posición ultra que se le atribuye. Pero este es un país de extremos desiguales. Al tiempo que se condena a la llamada ultraderecha se admite, se adula y se pacta con la ultraizquierda. El PP andaluz recordó recientemente al PSOE que ninguno de los militantes de Vox ha sido condenado por terrorismo (los de Bildu, sí) ni por intento de golpe de Estado (los de ERC y JxCat, sí) ni por agredir a policías (los de Podemos, sí). Estos grupos, junto al PNV, son los que sostienen al Gobierno. No sé si somos realmente conscientes de la situación: cogobiernan España, ejerciendo un chantaje permanente, quienes pretenden liquidarla.
El extremismo incluye comportamientos y el PP no es inocente. Si el presidente Sánchez bate marcas de embuste y escasa moralidad política, también los populares se echaron en brazos del nacionalismo cuando les convino. Sánchez indulta a golpistas que, según ellos mismos, lo volverán a hacer; acerca presos, toleró los homenajes a etarras, riega de millones Cataluña y el País Vasco, permite la persecución al idioma español con métodos fascistas de vigilancia y delación y solo una directiva europea impide que tire el dinero en la traducción al catalán y al vasco de los contenidos de plataformas como Netflix o HBO. El chantaje terminaría con un gran pacto PSOE-PP tendente a una reforma electoral que evite el excesivo peso parlamentario de un nacionalismo que obtiene muchos diputados con pocos votos. Pero esto será posible cuando en España sean más los estadistas que los golfantes, o sea, nunca.
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Ana del Castillo
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