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Hoy Santander y su Palacio de La Magdalena se quedan muy huérfanos sin Lola. Ella, en todos estos años de trabajo y de buen hacer, consiguió lo más difícil, que era trascender al edificio más importante de nuestra ciudad porque, cuando íbamos al Palacio, ... en broma decíamos ir «a la casa de Lola». Reina y señora en sus formas y en el trato con todos los que la queríamos y que aún no asimilamos no volver a verla. Lola era vital, disfrutona, siempre con una sonrisa, dispuesta a ayudar, respetuosa, generosa y siempre arropaba a sus amigas y amigos. Era tan leal cuando creía en algo o en alguien que tenerla cerca siempre nos ayudaba a sentirnos seguros y protegidos. Si echo la vista atrás, viajo por tantos recuerdos junto a ella presentando decenas de eventos, fiestas solidarias, premios... Porque Lola abrió las puertas de un Palacio de La Magdalena que ganó lustre y presencia gracias a ella y que hoy echará de menos la fuerza y el arrojo de una mujer maravillosa que se va, pero se queda en el recuerdo de tantas y tantos que hoy lloramos su marcha, su adiós, su hasta siempre, porque se ha ido una reina para esta ciudad con tronío y abolengo personal y humano. Entrar en el Palacio de La Magdalena era recibir siempre ese abrazo fuerte y cariñoso de bienvenida, de amistad, de complicidad por parte de Lola. Va a ser muy difícil volver a caminar por esos pasillos y no sentirla, y no verla, y saber que ella ya no está. Hasta para irse ha sido una señora. En silencio, sin dar pena, guardando la dignidad en la más estricta intimidad junto a su familia que hoy crece hasta el infinito para recordar sobre todo a una gran mujer y a un gran ser humano. Mi agradecimiento a la vida por haberme permitido ser su amigo.
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