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No fueron mis primeros pasos, pero acaso mis primeras y torpes carreras infantiles, incluso antes de perseguir a un balón, surgieron en ese ingenuo anhelo de atraparlas por los jardines de Pereda. Qué sensación la de contemplar la cercanía de las palomas, tenerlas ... al alcance de la mano y luego verlas desaparecer volando.
En mi casa, la ceremonia de la comida comenzaba cuando mi padre subía la contraventana de la cocina y acudían al rellano para aletear por su ración de migas de pan. Ya en los Salesianos me convencieron de su bondad. Con una hoja de olivo en el pico me dijeron que anunciaron a Noé el final del diluvio universal, se convirtieron en símbolo de la paz y representan la imagen del mismísimo Espíritu Santo, uno de los sagrados vértices de la Santísima Trinidad.
Supongo que con estos antecedentes me ha resultado fácil seguir respetando y mimando a esas aves. Más aún cuando se conoce su historia de servicio. Gracias a su viveza, su rapidez en el vuelo, su resistencia a la fatiga y su misterioso sentido de la orientación, han sido claves como mensajeras en tiempos de paz y de guerra. Los antiguos griegos trasmitían los nombres de los ganadores de los Juegos Olímpicos con palomas y son incontables los conflictos bélicos donde han sido vitales, recibiendo incluso honores militares, como 'Cher Ami' que, herida en una pata y cegada de un ojo, llevó la petición de auxilio para salvar a 500 soldados en la I Guerra Mundial.
Hasta la llegada del telégrafo también fueron imprescindibles para trasmitir noticias y establecer servicios de correos regulares. Así que la ingratitud con la que ahora las tratamos me resulta penosa e indignante. Está prohibido darlas de comer, se las equipara a las ratas a las que hay que exterminar y surgen empresas que se interesan en considerarlas plagas urbanas a las que hay que combatir. Menos mal que aún quedan amantes de la colombofilia y alientos sensibles, como el de Caetano Veloso que eleva su cucurrucucú recordándonos que «las piedras jamás, paloma, qué van a saber de amores».
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