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¿Recuerdan aquellos días en los que no disponíamos del teléfono móvil? Cuando Internet, por insospechado, no era ni tan siquiera atrezzo de las películas ... de ciencia ficción y no había conexiones por Skype ni videoconferencias. Más sencillo aún. ¿Se acuerdan de cuando Parayas era una marisma con más actividad ornitológica que aeronáutica y el viaje a Madrid implicaba las rampas imposibles para mecánicas insuficientes del puerto de El Escudo?¿Se acuerdan?
Los más jóvenes, esos a los que la globalización y la era digital han bautizado como la generación de los milenial, seguro que no. Sin embargo, fue entonces, existiendo todos aquellos muros a la comunicación, ahora imposibles de comprender a quienes tienen el destino del planeta en sus manos, cuando nuestra ciudad consiguió un hito tan señero y trascendente en lo que es considerado pilar del estado del bienestar que eclipsaría cualquiera de los logros virtuales de la era digital.
Torrelavega era, históricamente, el centro de atracción de los habitantes de toda una comarca. Hasta aquí venían los vecinos de Cartes, Polanco, Miengo, Suances, Reocín, Corrales, San Felices, Santillana, incluso San Vicente o Reinosa, a comprar el La Llave en el 95 o en el mercado de los jueves; a ver las películas que «echaban» en el Garcilaso, en el Concha o en el Avenida; a divertirse en los «bailes» de 'La Sala' o de 'La Pista', del Skorpios o del Orostatus; a cuidarse en las consultas privadas de los doctores o sobresaltarse en los despachos de los abogados, y ya, de paso, vender algunos «ocálitos» en la «isniace». Torrelavega era el centro de un universo comarcal. Y por lo tanto, la ciudad, también, debía de atender todas las necesidades obvias a las que toda aquella población tenía derecho según el texto de una Constitución recién estrenada; Educación, Justicia, Seguridad y, por supuesto Sanidad. Tres hospitales concertados se esforzaban en dar atención a una larga lista de pacientes que en demasiadas ocasiones eran derivados a Valdecilla. Fue entonces cuando la primera corporación democrática, anticipándose a lo que era el futuro inminente, complejo y poco halagüeño, se conjuró para dotar a la ciudad de un hospital que se convirtiera en la primera infraestructura pública, capaz, moderna, solidaria con una evidente vocación de comarcal.
Mil desplazamientos; interminables horas de espera en antesalas ministeriales; súplicas al ordenanza de la secretaria del subsecretario; citas cerradas para las nueve que no tenían lugar hasta las dos. Y los conciertos hospitalarios se extinguieron. Hubo manifestaciones, encierros, huelgas. Una ciudad echada a la calle reclamando lo que era suyo por derecho frente a aquella sanidad de barracón, que en la capital, Madrid, llamaban módulos.
Hubo luz verde. Hubo terrenos. Alguna noche, el linde municipal se traslada de aquí para allá en mágico e interesado tránsito…
Han transcurrido 25 años. El Hospital Comarcal de Sierrallana es parte de todos nosotros. Orgullo y estandarte de una ciudad que fue y que ha de seguir siendo.
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