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Qué tienen los automóviles para que algunos conductores saquen lo peor de sí cuando están al volante. Quizás es la ilusión de cierto anonimato bajo la protección de la carrocería. No estar cara a cara sino coche a coche da rienda suelta a que emerjan, ... de no se sabe qué profundidades, gritos, insultos, gestos violentos, cláxones apretados. Personas de apariencia amable pueden, cuando conducen, convertirse en unas bestias susceptibles y arrogantes a las que todo les molesta: van así por la carretera, enfadándose con unos y con otros y pensando que son los demás, y no ellos, quienes hacen las cosas mal cuando entran o salen de una rotonda o cuando adelantan o frenan o escogen una velocidad de crucero en la autopista.
Dicen que conducir te transforma. Yo diría, más bien, que saca a relucir la verdadera naturaleza de cada ser humano. Digamos que, cuando se conduce, se muestra la patita que enseña cómo una persona verdaderamente es: de naturaleza agresiva o de naturaleza pacífica, conflictiva o conciliadora, autocrítica o soberbia. Son más los pacíficos, me parece, porque si no fuera así sería imposible salir a la carretera. Cuando se conduce estamos rodeados de desconocidos a los que no vemos ni nos ven. Esa distancia es el corazón de todas las desdichas.
Es sabido que en una guerra es más fácil matar con dron o misil mediante que desde la cercanía, porque en lo cercano un ser puede encontrarse con el otro ser y ahí ya solo unos pocos pueden ejercer la violencia sin inmutarse. Lo que vale para la guerra vale para Internet, donde se libran de forma soterrada no sé cuántas batallas. El mecanismo es el mismo: desde el anonimato o la máscara es más fácil sacar a relucir la agresividad, afilar los cuchillos, dejar caer aquí y allá la mala baba, recurrir al prejuicio, despojar al otro de su humanidad para convertirlo en un muñeco de budú en el que se clavan agujas y alfileres. En Internet, como en la carretera, los agresivos son también una minoría, pero es sabido que son mucho más ruidosos y que parecen más.
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