Un paréntesis de alegría

Hay dos fechas en el año en las que hasta los más descreídos que viven fuera de donde dieron sus primeros pasos y aprendieron sus ... conocimientos básicos, sobre todo si aún mantienen lazos familiares, regresan a su pueblo: la Nochebuena y las fiestas de su pueblo. Hay un periodo en el que tal vez se quieran marcar distancias, pero la presión de la vieja memoria, de lo vivido relacionado con un territorio, se impone y pide el regreso. Un regreso tan imposible si se trata de recuperar determinadas imágenes. Cómo ha cambiado todo. Y los que siguen ahí piensan, y así lo dicen si hablan por teléfono con ellos, que todo sigue igual. Ahora estamos en la antesala de las Fiestas de la Virgen Grande. Periodo que está grabado en nuestra memoria desde el recuerdo de tantas inolvidables fiestas de pequeños. Inevitable acordarnos de las atracciones en La Llama, en La Lechera: los caballitos Ortega, los coches de choque, la noria -qué grande-, el tren de la bruja, el laberinto de los espejos, la Ola, las casetas de tiro, la tómbola de los jamones, la del Asilo de la que recuerdo que un año llegué a completar el álbum de cromos... La impaciencia por su llegada que nos provocaba ir a ver cómo las instalaban. Y luego Gorgorito, y las carrozas, y los fuegos artificiales. De adolescentes, las ininterrumpidas verbenas diarias. Nuestra mirada de mayores nos inclina a decir que las fiestas ya no son como antes. Los que no somos como entonces somos nosotros, que nos vemos en el espejo de los demás, nuestros primeros compañeros de juegos, de aulas, de amores. Cómo han cambiado, decimos. Cómo hemos cambiado. Presuntos Implicados. No son tiempos para el optimismo, pero precisamente por eso, nos merecemos un paréntesis de alegría. Por los niños y por nosotros. Felices fiestas.