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Ni coche, ni moto, ni bicicleta, ni patinete eléctrico, ni autobús, ni metro. Lo mejor para moverse por París o por cualquier ciudad del mundo de visita cultural: el taxi. Ni escaleras, ni apretujones, ni toses, ni estornudos, ni carteristas intentando birlarte la cartera.
Hace ... unos días, el programa 'Sálvese quien pueda' mostraba la silueta de Don Juan Carlos, portando con un bastón su propia maleta de ruedas, lo que provocaba la sonrisa por lo chocante.
Ya sé que queda muy «tricolor» el transportar las maletas por delante del Louvre, la Torre Eiffel, los Campos Elíseos o Los Inválidos, bajo la sombra de Napoleón, pero queda «cutre» en el ambiente parisino de las maratones los domingos con batucada incluida, bicicletas, patinetes, y una pila de franceses que no se apartan, circulando por la acera aunque se les venga un camión encima, o en Montmartre con los pintores, cuaderno de dibujo en mano, dispuestos a hacerte un retrato.
Ir con maletas por París, es como admirar 'La Gioconda' comiendo una hamburguesa de tres pisos. Una blasfemia contra el glamour, vamos, como ir con tres euros a comprar un modelito en las galerías La Fayette, o en Louis Vuitton.
Cierto es que los taxistas ya no son lo que eran; los perfectos guías, los más avispados comentaristas políticos, pues como si les hubiera comido la lengua el gato, se han convertido, por causa del covid-19, al menos en París, en unos extraños seres callados, concentrados en la pantalla y en la carretera para llegar cuanto antes al punto de destino, separados por un metacrilato o un plástico, que solo se dirigen a ti para decirte el precio de la carrera.
En una palabra, intentamos rascar tanto el precio en los viajes que limamos lo que podemos en los billetes de avión, aunque te dejen en el aeropuerto más lejano de tu punto de destino, y somos capaces de cargar como mulos, para ahorrarnos unos eurillos en los traslados, aunque nos salga una hernia o se nos quedan los pies para el arrastre.
¡Una lástima! Toda una loa al 'low cost' desde que guillotinaron a María Antonieta, pues a nadie se le ocurre gastarse un dineral en unas langostas para luego maridarlas con un vino peleón. Y claro, habrá quién me diga que el taxi es para los que tienen pasta, pues yo les contesto que conozco mendigos que, sin tener un euro, se dan caprichos de millonarios el día que recaudan una buena cantidad pidiendo. Es cuestión de prioridades y, París, bien vale un taxi, por calidad, comodidad y tiempo. ¿O no?
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