Secciones
Servicios
Destacamos
Días pasados, al sol de media tarde, al paso corto y lento que permite la necesaria compañía de una muleta y un brazo samaritano, recorrí la parte alta del Parque de Las Llamas, ese gran espacio donde, cubiertos ya de vegetación los taludes escalonados que ... se diseñaron para crear diferentes ambientes, todo presenta una continuidad natural en el gran espacio verde, donde la naturaleza y los hombres conviven y disfrutan. Quedé maravillado de su estado actual, de su belleza y conservación.
Hace siglo y medio, en 1871, Amós de Escalante publicó en Madrid «Costas y Montañas». Libro de un caminante y, en él, después de referirse al Sardinero de la Primera playa, sus tiendas de lona, su oreada galería poblada de oteadores y las grandes hospederías en su ribazo; al norte de esto…, transcribo su relato: «rigurosamente hablando, entre los rumbos norte y norte-noroeste, cuarto al norte de este Sardinero, está el gran Sardinero, vasto desagüe de un valle abierto de este a oeste. Si subís el curso del arroyo, que en lo más hondo fluye, pasaréis de la arena al pantano, del pantano a la pradera, de la pradera a la mies; pero el pantano ya desecado –Las Llamas tiene por nombre–, se convierte en huerta, y ya sin estado intermedio pasa la tierra de la fecundidad a la aridez, del vergel al arenal».
Cuarenta años más tarde, en su empeño para conseguir que Santander fuera ciudad veraniega de primer orden, las fuerzas vivas intervinieron para levantar un Palacio Real, en lo que Escalante, visto desde el Sardinero, describía: «…nos llama los ojos una cumbre desolada, yerto peñasco erguido a la boca del puerto, en cuya cima, como reliquias de antigua corona, se distinguen restos de una fortaleza (…), su desnudez está cubierta a trechos de tupida grama, de haces de juncos, de manojos de lirios blancos, de purpúreas clavellinas, flor de Cantabria, alegría de sus quemados arenales, como de sus heladas cumbres donde la encontraremos». Con el veraneo real se urbanizó El Sardinero, pero no se intervino en la vaguada de las Llamas, ni apenas en la ladera sur de Cueto, salvo en la zona de Mataleñas. Esta ciudad nueva era el orgullo de los santanderinos, estábamos al nivel de los reclamos europeos. Las preciosas guías, que en los años veinte publicaba la Sociedad de Amigos del Sardinero, presumían de una encantadora ciudad nueva y de la belleza del paisaje en que se había construido. El recuerdo de este paisaje verde, casi virgen de intervención humana, que disfrutábamos cada día desde las playas o desde el paseo, se conserva en el recuerdo de todos los santanderinos que superan el medio siglo, porque fue en la frontera de los años 60/70 cuando con el proyecto de la urbanización Feygón, el centro de la Mutua, el colegio San Agustín, el edificio Noray, las primeras edificaciones en Valdenoja y el nacimiento de la Universidad, comenzó a transformarse el telón de fondo del escenario de la Segunda playa. Puede decirse que en los cuarenta años anteriores se había intervenido muy poco.
Aunque la ciudad iba creciendo, con la urbanización de la ladera de Cueto y las nuevas facultades de la Universidad iban enmarcando la acera norte de los Castros, la vaguada no conocía ninguna intervención. En los 90 se proyectó el nuevo vial de la S-20 y ya en el siglo XXI conocimos el ambicioso proyecto de un enorme parque en el abandonado valle, no suficientemente saneado, que Simón Cabarga, en su «Biografía de una ciudad» indicaba como límite de El Sardinero: «el regato que llaman Las Llamas de Cueto».
En la revista «Arquitectura Viva» los diseñadores del futuro parque describían cómo la vaguada facilitaba un ambicioso proyecto. Su topografía con fuertes desniveles y el que en su fondo corra un torrente facilitaba la transformación de un gran espacio en un «Centro de Arte de los Jardines y de la Cultura del Paisaje Atlántico» y su dimensión permitía el trazado de jardines de tamaño y carácter variado, acoger de forma independiente diferentes servicios, espacios para espectáculos… En 2022 se cumplirán quince años de su inauguración. El parque, hoy limitado por la Bajada de Polio y el puente de Juan José Arenas, que facilita su contemplación, además de acoger el disfrute de numerosísimos santanderinos en sus áreas recreativas y en sus campas de descanso –el carril bici tiene 2,5 km de longitud–, es un extraordinario escaparate como campus universitario y es un valioso pulmón verde. Cuenta con más de 2.500 árboles, los taludes acogen la vegetación plantada en los bancales escalonados que limitan las diferentes zonas diseñadas; es el hábitat de numerosas especies de aves, ya que el lago y el humedal facilitan, a finales de verano y comienzo del otoño, la estancia de aves migratorias en su viaje desde el norte de Europa hacia el sur, en busca del clima más benigno. El lago y la zona húmeda son uno de los atractivos del parque. La superficie de carrijo y juncos se contempla desde las pasarelas.
He querido recordar a Amós de Escalante y su «Costas y Montañas». «Desde esta cumbre (Alto de Miranda) se domina el vasto panorama de alta mar. De aquí caen rápidamente a la marina carreteras, senderos, prados, veredas, cauces y cañadas a morir como en ancho desagüe en el arenal del Sardinero (…) Estos parajes, este mar sublime, esta playa suave, despejada y abierta, tendrán un libro especial un día…». He dado muchas vueltas a este deseo.
El paisaje que a nosotros nos enamora hoy, otros lo modificarán mañana. Así es desde que existe el mundo y siento la necesidad de agradecer a Escalante el regalo de un maravilloso retrato de su Sardinero y, al tiempo, tengo que agradecer el quehacer de todos los que lo transformaron.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.