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Durante unos días que todos vivimos como históricos, Reino Unido volvió a ser ese país singular, nación de naciones, apegado a tradiciones institucionalmente creativas, unificadoras y llenas de contenido. Un país amante de la ceremonia impecable pero no afectada ni relamida, poseído de un sentimiento ... de verdadero pesar y reconocimiento hacia su reina fallecida. Un pueblo que se dolía unido y en el que las expresiones más extravagantes o radicales de su sociedad no desentonaban en la atmósfera general de duelo.
No menos significativo de lo que había sido el reinado largo y dedicado de Isabel II era el hecho de que la última fotografía de la soberana, horas antes de fallecer, fuera precisamente la de la audiencia con la política conservadora Liz Truss para encargar a esta la responsabilidad de encabezar el Gobierno después de haber sido elegida por su partido para suceder a Boris Johnson.
Apenas enterrada la reina Isabel en Windsor, parece como si ese país serio, solemne, organizado, haya vivido un giro de guion que lo hace irreconocible en la imagen que acababa de proyectar al mundo. La política británica ha entrado en barrena con una nueva primera ministra que ya es simplemente un pato cojo, pero de las dos patas. Una dirigente que acaba de destituir a su ministro de Hacienda, que es pasto de las apuestas sobre sus precarias posibilidades de continuar en el cargo y que convierte en una comedia de enredo tanto la salida de Boris Johnson como el proceso de elección interna de la propia Truss para acceder al liderazgo de su partido.
Es curioso que la crisis, la enésima, la haya detonado el anuncio de una rebaja masiva de impuestos y la decisión de ir a un endeudamiento igualmente voluminoso, como medidas de impacto pensadas para impulsar la economía. Y resulta llamativo porque eso ha ocurrido con un partido conservador y una dirigente que reclamaba el legado de Margaret Thatcher. El problema es que a Reino Unido le falta músculo económico para adoptar unas medidas tan ambiciosas y le sobra inflación. El efecto ha sido una caída espectacular de la libra que refleja una seria crisis de credibilidad en los mercados y hace temer un nuevo episodio como el de aquel 'miércoles negro' en 1992 en el que mercados y especuladores expulsaron a la libra del sistema monetario europeo. Entonces la jugada de George Soros resultó ganadora y muy provechosa para el financiero. Ahora las apuestas parecen centrarse en cuánto puede durar esta situación.
Se habla del inevitable giro en redondo sobre esas fallidas decisiones presupuestarias. El cerebro de ellas, Kuasi Kwarteng, deja de ser vecino de Truss en el número 11 de Downing Street, pero es dudoso que su dimisión cargue con la responsabilidad que afecta de lleno a quien lo nombró, Liz Truss.
El Partido Conservador se encuentra instalado en una profunda crisis, desorientado y, sin embargo, aferrado a posiciones y actitudes fallidas. El populismo patriotero de Johnson y todos sus 'brexiters' está pasando factura. Una formación, el 'partido natural de gobierno', como ha sido reconocido en la tradición política británica, jugando a la ruptura, evolucionando hacia la condición de partido estrictamente inglés, apostando sin capital por la salida de la UE sin tener en cuenta los efectos desestabilizadores de semejante decisión, como se está viendo en Irlanda del Norte y en Escocia, territorios ambos en los que la referencia europea ha sido esencial. En el primer caso, para ofrecer un marco en el que los Acuerdos de Paz de 1988 podían llevarse a cabo sin fronteras entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte. En el segundo, porque el secesionismo escocés no pudo superar en el referéndum de independencia el argumento de que salir de Gran Bretaña significaba abandonar la Unión, de modo que lo que ganó fue el 'better together'.
Da la impresión de que los británicos han sido arrastrados por un discurso antieuropeo, absurdo y a la postre autodestructivo hacia un territorio en el que, a falta de referencias más allá del nacionalismo imperial que poco tiene que ver con la realidad, no encuentran ni mapa ni dirección. La decadencia del Partido Conservador parece irreversible. Pero no es el futuro de un partido, por mucho que este ha sido el pilar esencial del Gobierno de Reino Unido, lo que debería preocupar, sino los graves problemas estructurales que han aflorado.
Para un país como Gran Bretaña, no es una cuestión de menor cuantía definir su posición en el mundo, reconstruir la credibilidad de sus instituciones y responder a las dudas que suscitaba su salida de la Unión Europea, dudas que no han dejado de crecer y hacerse más preocupantes. Y todo esto, después de que a los británicos se les hiciera creer que votar por el 'Brexit' era «recuperar el control». Va a resultar que Carlos III se inicia en un reinado inevitablemente más breve que el de su madre, pero con sus propios desafíos como monarca de un reino desorientado.
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