Secciones
Servicios
Destacamos
Nureyev (Rusia, 1938-París, 1993) fue considerado el bailarín más importante del siglo XX. Nació en el vagón de un tren mientras su madre viajaba ... desde Siberia a Vladivostok, donde su padre, un comisario del Ejército Rojo, estaba destinado. Fue un referente para los amantes del ballet e hizo por las artes escénicas más que todas las manifestaciones de la revolución cultural soviética. Igual que Ángel Quintanal Saiz (Tanos, 1928-2013). Gelín nació y murió en un pequeño pueblo del municipio de Torrelavega pero con mucha, mucha, personalidad. Su oficio fue el de guardia urbano, dedicado casi exclusivamente a dirigir el tráfico en Cuatro Caminos –Quebrantada– cuando este enclave era uno de los más complicados de la circulación de todo el país. Hizo de su trabajo un oficio y de ese oficio, un arte. Mauro Muriedas Echave dijo de él que se movía como Nureyev y Gelín, presto y encantado con el epíteto, adoptó rápidamente el sobrenombre y comenzó a esmerarse en ser el pasmo de los miles de conductores que atravesaban aquel punto negro de la circulación urbana. Con sus gambeteos devolvía la serenidad a aquellos estresados automovilistas, a los que Cuatro Caminos les doctoraba en paciencia. Y así, durante 40 años.
Gelín se sabía observado y admirado y, por ello, se esforzaba en mejorar las piruetas. Se gustaba. Estaba tocado con la pizca de narcisismo que todos los artistas necesitan para superarse, a lo que sumaba algo de exhibicionismo y muchas ganas de agradar. Se sabía admirado y escrutado y devolvía la fascinación que provocaba en forma de peculiares pasos de adagio o arabesques, dominando a su aire desde la 'première' a la 'cinquième position', movimientos básicos de su peculiar ballet metropolitano.
El escenario de aquel bailarín urbano era apenas el metro cuadrado sobre el que se plantaba y donde con sus evoluciones rápidas y estudiadas –filigranas en definitiva– trataba de sorprender a los fieles adeptos –más que espectadores– que, acodados en los antiguos carteles indicadores de los cuatro caminos, hacían de las vetustas barandillas un improvisado mezzanine. Seguramente si Pemán hubiese visto los remolinos del guardia de Torrelavega, le prestaría aquel titular que hiciera aún más famosa a Lola Flores: 'No canta, ni baila, pero no se lo pierdan'.
Sus precisas y estudiadas evoluciones las hacía justo debajo de una especie de semáforo aéreo, sujeto de aquella manera por cuatro cables, que con una intermitente, mortecina e incansable luz naranja trataba de avisar –ciertamente sin conseguirlo– de que los conductores entraban en un terreno complicado.
Ángel 'Nureyev' Quintanal podía parecer un alfeñique pero era ágil, nervudo y acerado. Un poblado mostacho era la arquivolta que coronaba una sonrisa abierta, sin complejos. El casco blanco, tipo salacot, calado hasta unas gruesas cejas brezhnevianas, tenía su propia historia. Cuando se decidió cambiar el vestuario de los policías municipales y sustituir el casco blanco por la visera, Ángel Quintanal pidió, rogó, al alcalde Gutiérrez Portilla que le permitiera seguir usándolo, para lo que se tuvo que hacer un proceso administrativo, ya que se rompía la uniformidad de los agentes. Así, el casco de Gelín fue indultado.
Los municipales de Cuatro Caminos no cobraban plus de peligrosidad pero se la jugaban en medio de aquel coloño de tráfico. Hacían un boca a boca a los tubos de escape que les escupían anhídrido carbónico, óxido de nitrógeno y monóxido de carbono como si no hubiera un mañana. Por eso, cada media hora, tenían que ser sustituidos. Cuando a Gelín le tocaba entrar en escena comenzaba el ritual. Se calaba el salacot con estudiada parsimonia y ceñía el barbiquejo dando a entender que estaba a punto de comenzar el espectáculo; se ponía los guantes con cierta pachorra y se concentraba. Entonces empezaba el frenético baile.
'Nureyev' sonreía siempre. Un pelín galanteador, siempre tenía un guiño cómplice para las chavalas a las que franqueaba el paso con exquisita cortesía. A Gelín le pitaban los conductores, pero como saludo. Los turistas le hacían fotos y él posaba encantado. En una ocasión vino a filmarle un equipo de televisión japonés y otro alemán; le gustaba que le entrevistaran. No quería saber nada de la jubilación porque decía que quería morir con el casco puesto, pero no pudo ser.
La escultura que se plantó ayer en Cuatro Caminos, en el barrio de Quebrantada, se une a la de otro guardia urbano, bonachón y sonriente, Villegas, que sigue 'vigilando' el tráfico desde la plaza de Cuatro Caños. Y junto a ellos, Baldomero Fernández, Mero el Barrendero, con su estatua en la plaza Pequeñeces, forman un trío que recuerda que en Torrelavega la única aristocracia que existe es la del trabajo bien hecho por gentes sencillas.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Noticias seleccionadas
Ana del Castillo
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.