Pasquines santos

Y así, desde la «Rerum Omniun». Una encíclica que no conozco profesional alguno de las letras que la haya leído ni Asociación de Periodistas que la haya editado, en latín o bilingüe. El 23 de enero de 1923, alumbró tan sesudo documento el papa Pío XI (1922-1939). Justo seis años antes de que la Ciudad del Vaticano se proclamara Estado Independiente (1929).

Pregona el papel timbrado que san Francisco de Sales (1567-1622) ante la falta de asistencia de los protestantes a sus prédicas, decidió refutarles sus errores a través de hojas volanderas, redactadas entre sermón y sermón para su reparto en forma de circulares destinadas a ser copiadas y pasadas, una y otra vez, de mano en mano y de puerta en puerta, a fin de que llegaran a los antiguos hermanos en la fe que transitaban por caminos errados.

Con la fuerza espiritual de su infalible magisterio, el Sumo Pontífice advierte a los periodistas (y asimilados) que en el ejercicio de su transcendental función comunicativa deben guardarse en todo momento de faltar a la verdad, e, incluso, con el pretexto de evitar la ofensa de los adversarios, de reducirla o disimularla.

Nada de afeites. La verdad a secas. Y al que le pique, que se rasque. Quien escribe debe ser honesto con sus lectores. Que es el mejor modo de ser honesto consigo mismo. Como lo fue san Francisco de Sales. Quien se caracterizó por escribir pasquines que, con riesgo de ser apresado, pasaba sigilosamente bajo los portones de los protestantes. Para instruirles en la fe que él tenía por verdadera.