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Alguna vez he comentado aquí el irreparable error estratégico cometido por Carles Puigdemont huyendo a Bélgica tras la ilegal proclama de la república independiente de Cataluña. Al fugarse y dar origen a episodios rocambolescos, pasó a ser un héroe pícaro del nacionalismo, un burlador ... del Estado español, una anguila con gafas. Pero estas cualidades, por muy notables que sean, no hacen un mártir. Y sin mártir no hay causa.
Puigdemont ha sido mucho menos incómodo zascandileando en Waterloo de lo que hubiese sido como preso en Lledoners. No fue el único que huyó. Otros también marcharon a sufrir lo suyo en países inhabitables y hambrientos como Escocia o Suiza, pero él era el Presidente: se suponía, aunque fuese mucho suponer, que encarnaba la vocación histórica que impulsaba a Cataluña a la conversión en estado soberano. Esa mítica aspiración salió corriendo como un gato ante una manguera. Ahora ya ni siquiera opta a candidato en las próximas elecciones regionales: nadie podía creerse por segunda vez la promesa del regreso del Deseado, con lo que tiene pendiente. Además, dejó de marioneta a Torra, que no ha dado nunca la talla mínima de Presidente y ha sido un mero personaje de polichinela. Comedio de enredo en la huida, comedia bufa en la suplencia. De la épica a la sátira en un santiamén.
Bien puede uno imaginarse lo mucho que echarían de menos a España aquellos que han estado pugnando por irse de ella. Divididos ya en una sopa de siglas solo comprensible por la prensa catalana especializada, y empezando a admitir, tras el fracaso, que a lo mejor la mayoría de los catalanes quiere seguir siendo española bajo una u otra fórmula democrática, la cuestión es el coste de país de todo ello. Por el camino, España lleva tres años sin presupuesto del Estado, en principal parte por los tejemanejes del catalanismo en el Congreso de los Diputados. Numerosas empresas de primera línea se han ido de Cataluña para instalarse en Baleares, Valencia, Aragón o Madrid. Al dar la imagen nacional e internacional de máxima incertidumbre sobre estatus político y económico, el catalanismo radical ha hecho flaco favor a su tierra. Paradójicamente, ha beneficiado al denostado 'Madrid'.
Ahora quieren continuar con el error tratando de impedir, desde las Cortes, la autonomía fiscal de la comunidad madrileña, que, como cualquier capital europea en crecimiento, ha sido siempre muy favorable a la instalación de empresas, empresarios y profesionales de rentas altas. Otros han preferido sangrar a sus contribuyentes para mantener una red de embajadas independentistas por todo el mundo. Y está claro que un modelo ha funcionado mejor que otro, se mire por donde se mire. Entre otras cosas, porque en Madrid cada cual puede expresar libremente sus opiniones, mientras que en Torralandia hay que mirar de reojo quién está escuchando. No se ha querido ver lo que el recientemente recordado y homenajeado Rector de la UIMP, Ernest Lluch, catalán, solía decir (a mí me lo comentó al menos en una ocasión durante una comida en Caballerizas): hay que meter en la ecuación la «explotación comercial» del resto de España por el aparato productivo de Cataluña. Lluch pensaba que, si se echaban las cuentas entre lo que Cataluña contribuía fiscalmente al conjunto y lo que recibía, no solo en inversión pública, sino en ventaja comercial para sus empresas, la balanza era completamente positiva para aquella comunidad. Todo el discurso de agravio es un sinsentido.
Para Cantabria, el que ahora los legados de la asonada de 2017 tengan vara alta sobre los presupuestos del Estado no es buena noticia. El ataque de ERC a la fiscalidad de Madrid le va a suponer a usted, si se hallare en circunstancia, pagar en un futuro no muy lejano verdaderas fortunas por Impuesto de Sucesiones entre familiares directos, como cónyuges o padres e hijos. Se va a impedir la bonificación actual y se nos va a equiparar a las regiones donde los políticos no tienen el menor respeto a los ahorros de toda una vida de las familias de clase media trabajadora. Se ha dicho a veces que la actual generación vivirá peor que la de sus padres, en concepto económico, y puede que sea cierto, mas no solo por la calidad y la remuneración de los empleos, sino también porque los ahorros familiares no servirán de ayuda para contrarrestar este deterioro, ya que después del funeral vendrá el Sheriff de Nottingham, que ahora tiene asesor de marketing y se ha operado para asemejarse a Robin Hood.
Pero no cuela. Dada la estructura social y económica de Cantabria, basada en la pequeña propiedad y en empleos del sector servicios, recuperar Sucesiones mal puede disfrazarse con alegatos ideológicos sobre los 'ricos'. Las víctimas van a ser familias normales y corrientes que, en vez de pulírselo todo en dispendios y luego pasar la gorra a papá Estado para que les subvencione la hucha vacía, se dedicaron a ahorrar y forjar un pequeño patrimonio, con la ilusión de ayudar a la generación siguiente a no partir de cero.
Con esas privaciones pasadas de las familias, se pagarán las mayores estructuras jamás vistas de cargos políticos; ineficiencias de funcionamiento que en una empresa privada no serían toleradas por los accionistas; derroches en mala administración que causa indemnizaciones millonarias; o en proyectos que se demoran y encarecen notablemente, y en mantener estructuras municipales que ya no tienen nada que ver con la estructura demográfica del territorio. Como es natural, los que realmente poseen alguna riqueza saben también quiénes son los expertos en fiscalidad capaces de articular instrumentos societarios (sí, legales) para evitarles tanto disgusto. Y como las comunidades forales próximas no se van a dejar meter mano tan fácilmente, volveremos al agravio comparativo y, por el ataque demagógico de ERC a los madrileños, retornarán los empadronamientos vasco-navarros de patrimonios montañeses.
El error de Puigdemont nos va a salir carísimo. Ojalá hubiese tenido corazón de león y no pata de conejo, de tan mala suerte para nosotros.
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Ana del Castillo
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