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La palabra patria ha sido uno de los mantras de estos comicios. Manoseada y manipulada. Sebosa ya de por sí. Es uno de esos términos ... que tan pronto sirve de útil 'macguffin' a lo Hitchcock, ya saben, como distracción más efectiva que el voto útil, o como objeto preciado de apropiación. Y así ha discurrido la cosa: entre españas en descomposición, estados fragmentados, sombras amenazantes, capullos sin flor y mensajes vacuos y desnudos. Una palabra tan adulterada como relato, hoy en día eslogan y consigna comodín para dar cuerpo y textura allí donde no hay más que ruido. Como escribe Emmanuel Carrère, uno, «como buen moderno, prefiere el boceto al gran cuadro». Los discursos, las voces se han deslizado por el esquematismo y la superficialidad políticas habituales. Poco, muy poco se ha hablado de los problemas de verdad, de las trincheras de la calle donde fluye lo cotidiano. Y ya sabemos que el gran déficit de este país es que no se escucha. Con semejante radiografía regurgitar ha sido una de las modas. Se han soltado esputos facilones, se ha vomitado sobre el otro y lo diferente con ardor guerrero y se han resucitado miedos primarios que creíamos desterrados.
Ayer, más que voto útil, lo que ha habido es un acto de fe en la acción reacción. Frente al miedo y el apocalipsis, el boceto dibujado anoche tras el cierre de las urnas perfila una inversión en aquello que suena a estabilidad, y frente a los fantasmas del pasado que cantara Marlene Dietrich, un golpe de resistencia. Cabe ahora esperar que se preocupen más por ese ciudadano que sobrevive; por seguir desterrando los cortijos con acólitos; y por sortear los ninguneos y ahondar en esa ecuación de educación y cultura que no necesita de algoritmos históricos ni de apelaciones trufadas de tradiciones turbias y banderas manchadas de mentiras. Que los nacionalismos lograran anoche ascensos significativos se debe, sin duda, a que muchos han jugado con lo sentimental como si fuese materia prima intercambiable por un nacionalismo de país que casi siempre suena a cascabel sin gato. La debacle de la derecha, la «cobarde» y la que ha jugado al sastrecillo valiente con escopeta nacional de señorito y latifundio, es más llamativa porque se asienta en la encrucijada de lo que se pretendía: una resurrección. Y, en realidad, se ha juntado el hambre con las ganas de comer. Es decir, el postre amargo de Rajoy y el aperitivo de la sonrisa congelada de Casado. Ambos estrujados entre el maletín de Rivera, a modo de una Mary Poppins que creía volar, y el caballo trotón de la extrema derecha con la montura de sus colegas europeos. Negligencias, desprecio, falsa regeneración, desmesura, desorientación y algo de desesperación.
Un poco de todo ello salpica a las 'tres derechas' como hermanastras rabiosas dispuestas a imponer su feudo familiar. La foto de Colón es como esos retratos que exudan la pátina de lo caduco. El mejor cordón sanitario para la tímida izquierda, revestida de centro progresista, ha sido transparentar lo que hubo enfrente: corrupción, mediocridad y piel de oveja conservadora disfrazada de lobo. No obstante, la entrada de la ultraderecha en el paisaje político institucional, pese a irrumpir de forma más debilitada de lo que los negros augurios presagiaban, no debe minimizarse. ¿Lo escuchan? Es es el huevo de la serpiente. Lo decía Rafael Sánchez Ferlosio: «me contradigo porque contengo multitudes». Un país si merece tal nombre es por su multitud diversa, su pluralidad y esa voz de la sociedad civil, exenta de tronos nostálgicos.
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Ana del Castillo
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