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Se suele decir que no somos conscientes de lo que tenemos hasta que lo perdemos. Y es cierto, generalmente referido a la pérdida de un ser querido, la salud o un bien de primera necesidad en el día a día. Un enfoque más amplio, pensando ... en clave comunitaria, nos lleva a observar como nuestro entorno cultural e histórico (y otros) desaparece. Algunos son muy notorios porque afectan a infraestructuras y espacios físicos y son noticia o incluso portada. Tenemos casos recientes en nuestra tierra, como el cambio (siendo generosos con el término) del empedrado de la calle Cántabra en Potes por losetas o la fachada blanca impoluta del faro de Ajo por una paleta de 72 colores, a pesar de lo que dicen las normas que los protegen. Dos ejemplos entre muchos en los que el rechazo se ha visto claramente en las redes sociales y que, a menudo, resulta insuficiente. La indignación debiera acompañarse (pocas veces ocurre) por instancias oficiales de particulares o colectivos implicados que supongan, al menos, un obstáculo ante lo que se considera inapropiado o contrario a la ley. Más participación en los asuntos públicos. Y, reconozcámoslo, eso lleva más tiempo y trabajo que un retuit. Con todo, ni siquiera un escrito o movilización significa que la conservación del patrimonio se consiga, pero sí que se habrá hecho todo lo posible. En el caso de Potes, la Dirección General de Patrimonio Cultural y Memoria Histórica ha llegado cuando la avería estaba hecha y busca un arreglo consensuado con el Ayuntamiento. Algo ha fallado, sin duda, y veremos cuál es la solución. En el faro de Ajo, Patrimonio no dijo ni mu, guardó un silencio cómplice antes, durante y después. Y la Fiscalía, para sorpresa de todo el mundo, archivó la denuncia interpuesta porque consideró que la obra de un artista internacional se enmarcaba dentro del «mantenimiento» que permite la ley. Mantenimiento. Cuesta leerlo.
Lo expuesto es únicamente la punta del iceberg. Cuanto patrimonio material se cae ante la pasividad de una Administración que solo levanta la ceja cuando se trata de poner en cuestión al rival político, como si la actuación pública sobre patrimonio fuese a la carta. Cuanto patrimonio inmaterial, como la tradición oral, los valores democráticos o las formas antiguas de trabajo y ocio, quedan en el olvido porque «ahora no toca». O no renta. Cuanta memoria perdemos cada día que no se actúa, no solo sobre los Bienes de Interés Cultural o aquellos reconocidos por la Unesco y que ya cuentan con máxima protección, sino sobre otros que merecen igual trato y, en cualquier caso, conservación y difusión del conocimiento asociado.
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