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Estimados lectores hablemos claro: en las elecciones del domingo, la única alternativa al PRC la encabeza una persona que fue la vicepresidenta del peor gobierno que jamás haya tenido Cantabria y que está dispuesta a pactar con una candidata que ya fue su compañera en ... aquel Ejecutivo, entre 2011 y 2015, que llevó a nuestra tierra a una situación límite a base de recortes, prepotencia, abandono de los servicios básicos y destrucción de empleo.
Las elecciones del domingo no son pues, unas elecciones cualquiera. Está en juego volver atrás en el tiempo. Pero atrás sin remedio, porque la opción que maneja esa alternativa es la de un partido rupturista que manifiesta abiertamente su disposición a echar por tierra todo lo que hemos construido durante más de cuatro décadas: la autonomía de Cantabria. Destruir es muy fácil, mientras construir cuesta mucho tiempo y esfuerzo. ¡Que nos lo digan a los regionalistas!
Las opciones están por lo tanto claras y nos jugamos continuar con el progreso de esta tierra. Un progreso que avalan los datos: terceros en creación de empleo, segundos en el ranking educativo, sextos en calidad de vida. La alternativa es que vuelva la Cantabria sumisa que transigió y justificó el impago de la deuda de Valdecilla. Que regrese la Cantabria centralizada, la que eliminó el Fondo de Cooperación Municipal abandonando a su suerte a los ayuntamientos, en especial a los más pequeños y más despoblados. Que retorne la Cantabria callada y capaz incluso del aplauso a unos presupuestos sin inversión pública relevante, con tal de seguir las directrices del partido dominante en Madrid. Que desaparezca la Cantabria reivindicativa, que ha logrado la transformación de nuestras infraestructuras. Que se diluya la Cantabria comprometida, la que plantea en todos los foros de poder, en España y en Europa, las necesidades y aspiraciones de nuestra comunidad. Que se disipe la Cantabria equilibrada y cohesionada, la que garantiza que cualquier cántabro, viva donde viva, tengo acceso a servicios públicos. Que se amordace a la Cantabria orgullosa, capaz de apostar por su propia identidad e historia para lograr cuotas de progreso y dinamismo en sectores tan competitivos como el turismo o para reafirmar el sano orgullo de sentirse cántabro.
En definitiva, que vuelva la Cantabria silente, más preocupada de sus endémicas guerras internas para posicionarse con el jefe de turno de la central en Madrid que de la propia comunidad.
En estas elecciones hay un partido, el PP, que está dispuesto a entregar el gobierno a una formación abiertamente antiautonómica, que se manifiesta rupturista con el sistema consagrado en la Constitución, ese que ha permitido que Cantabria se haya transformado por completo, que hoy se sitúe en posiciones punteras en los niveles de crecimiento, empleo y riqueza, que haya mejorado sustancialmente la cooperación municipal garantizando su financiación y que se siente en la mesa donde se deciden las grandes políticas públicas con voz propia, sin intermediarios y sin tutelas que la condicionen.
Lo decía el pasado domingo el presidente, Miguel Ángel Revilla, en el apabullante mitin que ofreció en Santander ante los miles de cántabros que respaldaron su trayectoria política y su gestión. Hablaba, a modo de leyenda, de lo que había pasado en esta tierra hasta que, en la transición política, comenzó a reivindicarse la propia Cantabria. Ese fue el punto de inflexión, porque nada volvió a ser igual una vez iniciado el camino de no retorno de reivindicación de la identidad para lograr un estatus diferencial y ser una Comunidad Autónoma, con capacidad propia de decisión.
Cantabria se ha enfrentado a la crisis covid y a las consecuencias del conflicto bélico en Ucrania y ha demostrado su fortaleza. Gracias al buen hacer del Gobierno hemos alcanzado los niveles más altos de bienestar y crecimiento en comparación al resto de los territorios, y los más bajos del país en cifras de desempleo.
Tenemos herramientas para lidiar con los problemas que asolan al conjunto de Europa y las hemos aplicado. Esas herramientas se llaman autogobierno y autonomía. Por eso estas elecciones no son como otras cualquiera, porque lo que está en juego es el futuro y no volver al pasado, a la gestión del peor gobierno de la historia. Lo que está en juego es que podamos seguir diseñando políticas acomodadas a nuestra realidad y no a la de un centralismo ineficiente. Porque lo que funciona no se cambia.
Como dijo Groucho Marx, la política puede llegar a ser «es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados». No tropecemos dos veces con la misma piedra analicemos las alternativas, recordemos cómo fue su gestión, comparémosla con la actual y decidamos con libertad para votar en conciencia.
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