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Es el rayo que no cesa: los curas que abusaron de niños en el siglo pasado y que, al parecer, siguen abusando en el presente de nuestras conciencias y abusarán hasta el día del Juicio Final, si Dios no dimite antes y un próximo santo ... padre decreta el cierre de la Iglesia de Roma.
Tengo 67 años y llevo 55 oyendo hablar a mi Iglesia de lo horribles que son los pecados del sexo cometidos por un religioso, más aún si sus víctimas son menores. Nunca oí ni leí a ningún sacerdote que comprendiera o que disculpara, menos aún que justificara, el menor acto lúbrico de un hombre consagrado sobre la persona de un niño. Jamás he visto dudar a nadie en la Iglesia de que las conductas pederastas son una monstruosidad sin paliativos.
Pero haberlas, haylas. ¿Cuánto, cómo, dónde? Tengo 67 años y llevo 50 oyendo hablar de curas abusadores. Estudié diez años en un colegio de agustinos y no conocí a ninguno. Tuve un buen número de amigos que estudiaron también con curas y ninguno supo nunca de frailes concretos que abusaran. Sin embargo, sé, mejor dicho, creo, que existieron porque lo repiten continuamente los periódicos y porque conozco un poco la naturaleza humana. Existieron, sí, y ahora existen obispos y hasta papas que al parecer los encubrieron. Esto último también podría creerlo si no pensara yo que encubrir no significa en muchos casos proteger al delincuente sino evitar dar pábulo al rumor, a la acusación sin pruebas, al escándalo intencionado y malicioso.
Los rumores eran sólo rumores y sabemos cuándo empezaron a convertirse en asunto público, en asignatura del periodismo y hasta de la política. Fue a finales del siglo anterior cuando el papado de Juan Pablo II había consolidado ya uno de sus mejores frutos: salvar la doctrina tradicional de la Iglesia sobre la sexualidad y el celibato sacerdotal. Entonces, poco a poco, empezó a desencadenarse este negro apocalipsis de clero-pederastia. Los treinta años precedentes hubo silencio, silencio de los acusadores y de las víctimas. Fueron los años en que precisamente proliferaron los casos en todo el mundo (nadie da importancia al hecho de que en el siglo XXI los casos se hayan vuelto excepcionales). ¿Qué pasó entonces? Pasó que en esos años la pederastia llegó a ser tenida en el mundo intelectual como algo completamente conforme con el hombre e incluso con el niño. Un solo ejemplo: en 1977, el periódico 'Le Monde' publicó una petición para bajar la edad sexual de los niños a los doce años, toda una legitimación ideológica de la pederastia adolescente. Entre los firmantes se encontraban Aragon, Barthes, Althusser, Deleuze, Jack Lang, Sartre y la Beauvoir. Naturalmente pasó que, en aquel clima de amoralismo sexual sin límites postulado por los pensadores más prestigiosos de Europa, con amplísima acogida en Norteamérica, aquella Iglesia empeñada en modernizarse y ponerse al día, sobre todo en los países más adelantados, anuló el número 6 del Decálogo.
Recientemente, un periódico español distinguido durante 45 años por su enemistad contra la Iglesia ha publicado un voluminoso estudio sobre esta asignatura de la que estoy hablando. El informe ha hecho ruido porque se dice dotado de seriedad metodológica y porque trata, naturalmente, de obligar a los obispos a mojarse, es decir, a abrir comisiones de investigación. Y, naturalmente, los obispos ya han dicho que lo van a hacer, porque muchos de ellos, quizá los más señalados, ya se arrodillan menos ante Dios que ante el poder mediático.
Es fácilmente imaginable el regocijo con que el progresismo español espera los frutos de esa investigación contra la Iglesia española. Y es estupendo que se preocupen tanto por la castidad de los curas del pasado siglo estos periodistas tan de izquierda, seguidores no precisamente de Santa María Goretti sino más bien de Sartre, Beauvoir, Deleuze etc., esa 'Gauche Divine' que llamó al mundo en los años setenta a romper cualquier freno sexual.
Nos espera, pues, un proceso general de canonización a la inversa, pero hay que ser muy ingenuo para creer que de ahí va a salir nada que pueda llamarse esclarecimiento de hechos reales, ni aun menos compensación moral ni cristiana a las auténticas víctimas. Sólo van a salir más películas, más ficción, más pretextos para ensuciarlo todo, para no creer ya en nada.
Honestamente, nunca sabremos si de verdad los casos de clero-pederastia en nuestro país fueron masivos o limitados. Debe quedar claro que un solo caso sería ya bastante escándalo para una religión cuyo fundador es el Buen Pastor que deja a las noventa y nueve ovejas para ir a buscar a la única que se le ha perdido. Pero lo que sí sabemos ya, la única certeza que podemos tener en todo esto, es que los promotores de ese estudio periodístico y los voceros del mismo, pretenden cualquier cosa menos reformar a la Iglesia, devolverla a su pureza original.
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