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Hace ya 26 años desaparecía el semanario 'El caso', popular publicación que no sólo se vendía, mucho, sino que se colaba por todos los rincones posibles y conseguía eso tan difícil que es penetrar en la memoria colectiva, hablando de algo tan rechazable como presente ... en toda sociedad: sus crímenes. Porque la pulsión de matar está presente en todo ser humano y al mismo tiempo castigada y rechazada por todo tipo de códigos, desde los legales a los sociales, y porque afortunadamente sólo unos pocos traspasan esa frontera. Los que hacían aquella publicación sabían del enorme interés del ojo humano por penetrar en un universo complejo rodeado de tabúes, que como mostró Truman Capote en 'A sangre fría' es necesario mantener una cierta distancia con el cadáver, lo cuál no quiere decir equidistancia. El morbo y lo escabroso venden, y paradójicamente han aumentado desde la desaparición de 'El Caso'.
Al contrario que otros medios en papel que cerraron por la llegada de internet y las publicaciones digitales, el semanal lo hizo cuando la televisión asumió su papel, cuando se pobló de programas específicos y brotaron como setas especialistas en el crimen. Las cámaras no se detuvieron ni ante un caso tan sensible como fue el de las niñas de Alcaser. Lejos de reflexionar, lo escabroso se ha convertido en estrella informativa, y dando una vuelta de tuerca tenemos el caso del crimen confesado por un ciudadano español en Tailandia. Hemos contemplado una y otra vez la imagen de esta persona, se nos ha detallado su situación casi al minuto, cuál va a ser su posible futuro, los derechos que le corresponden como ciudadano español en un país extranjero, el estado de las cárceles en ese país, el sistema judicial y penitenciario... Hemos escuchado hablar a su familia y conocidos, y hasta nos han trasmitido las opiniones y sentimientos de quien ha confesado el crimen. Teniendo en cuenta que no sólo se ha producido un crimen, sino un terrible ensañamiento, resulta sorprendente que se haya tendido a la deshumanización de la víctima y a la sobrehumanización del asesino confeso.
Ignoro el contexto en el que se ha producido este acto de violencia suprema, pero pretender resolverlo en un plató televisivo, además, con informaciones parciales, resulta repulsivo. La persona asesinada habrá tenido las responsabilidades que haya tenido, ser mejor o peor persona, pero no por eso deja de ser víctima. Parece que existe un interés en juzgar a quien ya no se puede juzgar y hacer más suave el banquillo a quien sí se va a juzgar. Resulta sorprendente que se nos informe de que Tailandia es una dictadura (como si eso fuese algo nuevo) y las dificultades que ello supone por un sistema judicial y penitenciario autoritarios, así como de la mala situación de las cárceles, lo cual lleva a plantear que el asesino confeso pueda ser trasladado a cárceles españolas para cumplir su pena, pues las cárceles españolas están mucho mejor. Sí, las cárceles tailandesas están peor que las españolas, y estas están mucho peor que las noruegas, las finlandesas o las danesas; las prisiones no son un mundo aparte del desarrollo social en el país al que pertenecen. Y esta persona, como ciudadano con pasaporte español, debe tener el apoyo y la atención de las autoridades consulares, algo que no se ha producido en otros casos, cuando ni siquiera se percibe delito alguno y casi se ha justificado su encarcelamiento, como sucede por ejemplo con el periodista Pablo González en Polonia.
En la serie 'Curro Jiménez' su protagonista mataba ante una injusticia y luego se iba al monte, donde, en su pelea por resistir, continuaba matando. Aún siendo una ficción donde abundaban los cadáveres, en ningún caso existía ensañamiento sobre el muerto.
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