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El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha tomado la decisión de suspender su agenda pública unos días para reflexionar y decidir qué hacer tras una campaña de acoso sin precedentes en democracia. Esta decisión debe servirnos a todos como sociedad para detenernos y pensar qué ... país estamos construyendo dejando que crezca la crispación y el odio al calor de las mentiras hechas a medida, de bulos prefabricados y de traspasar todos los límites en la contienda política y en el debate público.
El acoso que lleva sufriendo Pedro Sánchez desde que fue elegido por la militancia como secretario general en julio de 2014 es inédito. Sufrió una primera parte de su mandato como secretario general del PSOE la desacreditación y el desprestigio que llevaron a una dimisión también inédita para nuestra organización política. Aquel proceso, aquellas primarias de 2017, las ganó porque muchos, muchos más, comprendimos la necesidad de apoyarle para hacer respetar la identidad, la autonomía y la importancia del PSOE en democracia. En 2018, fue el primer presidente del Gobierno elegido tras una moción de censura contra el PP por su corrupción y ganó en abril de 2019 las elecciones generales con un resultado contundente. También en 2023, el 23 de julio, logró parar en España el auge de la extrema derecha que recorre Europa y contó con la mayoría absoluta del Congreso para ser reelegido presidente del Gobierno.
Detrás de cada uno de estos hitos que forman parte de su biografía política en estos diez años, hay una persona que tiene familia, una vida más allá de la política, al que le afecta no lo que se dice de él como secretario general, como presidente del Gobierno, sino como persona.
De Pedro Sánchez, el PP y la derecha mediática han dicho de todo. Desde traidor, felón, ilegítimo, mentiroso compulsivo, ególatra, rehén, mediocre hasta okupa en esa concepción patrimonialista del poder que hace que no respeten los valores esenciales de la democracia, negando la legitimidad que le han dado las urnas y las Cortes Generales. ¿Es esto política? La cacería política, mediática y ahora también judicial ha traspasado una frontera más con esta decisión de iniciar un proceso contra su mujer por una denuncia de una organización ultraderechista que reconoce abiertamente que los fundamentos de la misma pueden ser noticias falsas. ¿Hasta dónde vamos a llegar?
Es evidente que cualquier liderazgo lleva aparejada una contrapartida de crítica y oposición de quienes no comparten tus valores, tus ideas o tu hoja de ruta, pero con Pedro, con el presidente del Gobierno, se han rebasado todos los umbrales. Todos los gobiernos, todos los que nos dedicamos a la política, en algún momento, hemos sufrido una situación de acoso que ha rebasado límites, nadie tanto como Pedro. Nadie a las dimensiones en las que lo está sufriendo Pedro. Esto no solo es una cuestión política o ideológica, estamos rebasando límites que son solo el caldo de cultivo para autoritarismos que veíamos lejanos y que estos días vemos más cerca que nunca poniendo en riesgo los pilares de la democracia.
Una democracia nace del respeto, la diversidad, la pluralidad, la contraposición de ideas, de compartir o discrepar sobre como gobernar y mejorar la vida de la ciudadanía. La democracia es un amplio paraguas que se fundamenta en valores como la igualdad o la libertad pero en la que no caben la mentira y el odio como instrumentos de deslegitimación. Ganemos las elecciones en las urnas y en los plenos de los ayuntamientos, de los parlamentos, del Congreso, pero una vez obtenida la confianza, basemos nuestra política en el respeto al adversario haciendo oposición con la herramienta más poderosa que nos brinda la democracia, que es la política, los argumentos, las ideas, las propuestas.
No vale todo ni puede valer todo en política. Hay límites que no debemos tolerar, no por nosotros mismos, no por el PSOE o cualquier otra formación política, sino por el desarrollo de una sociedad plena en derechos, por la convivencia y por el valor mismo de la democracia. Detengamos la espiral de odio, crispación y mentiras.
Desde aquí, sirvan estas líneas para expresar que, pese a todo, sigue mereciendo la pena. Merece la pena por los trabajadores que hoy tienen un trabajado más estable e indefinido, por los jubilados que hoy tienen una pensión más digna, por quienes cobran el salario mínimo interprofesional, que ha subido más que nunca, quienes reciben una beca para estudiar aquello que siempre soñaron o quienes ven en esas viviendas de alquiler asequible la oportunidad para crear su hogar. Merece la pena también por Cantabria, por todos los avances en proyectos que nunca antes habíamos visto en democracia en nuestra tierra y la ampliación de derechos que están mejorando la vida de los cántabros y de las cántabras.
Merece la pena, Pedro.
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