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Compartí con Jaime Botín muchas reuniones del consejo de administración de Prensa Castellana, editora de 'Informaciones', el último periódico romántico, según le apellidó la pluma sabrosa de Martín Prieto. Se celebraban dichas reuniones en el Bankinter, en torno a una mesa redonda de preciosa marquetería. ... Conocí, pues, de primera mano, la acusada personalidad del banquero, su talento, su independencia de criterio, su discreción y su talante liberal. Y soy testigo del firme apoyo que prestó a la redacción de aquel periódico, que se comía el mundo y moderaba la experta mano de Jesús de la Serna, en su empeño de ganar día a día nuevos espacios para la libertad de expresión.
Después seguí a distancia, sin volver a verle, las vicisitudes de la vida de Jaime. La cual, bien cumplida en años y contenido, vino a acabar en Ribamontán al Mar, a poca distancia de mi invernal de Suesa. Desde los altos de dicho Ayuntamiento, de bello nombre, se contempla una amplia vista del bronco mar de los cántabros y su entrada en la bahía de Santander. Siguiendo la línea de la península de la Magdalena hacia el centro de la ciudad, debajo de la avenida de Reina Victoria, edificó Jaime su casa santanderina, casi oculta en el acantilado y en alzada vista al mar.
Numerosos obituarios han alabado con justicia la figura del banquero que en legítimo y pacífico ejercicio de altos cargos en el mundo económico renunció a ellos. ¿Por qué?, ¿para qué? Acuden a mi reflexión los versos de Fray Luis de León: «Despiértenme las aves/con su cantar sabroso no aprendido/no los cuidados graves/ de que es siempre seguido/ el que al ajeno arbitrio está atenido».
Pero no, no fue el 'beatus ille' el motivo del cambio de vida del banquero, sino que prefirió al poder la vida que se ofrece al talento, al amor al conocimiento y al dinero; tres cosas difíciles de ver juntas pero que en Jaime Botín se daban. Y las puso en práctica, de modo que vivió como un príncipe del renacimiento, como un Médicis moderno, sabiendo extraer de cada jornada una gota de sabiduría. Así mantuvo su prestigio, y supo encauzar a su familia por caminos de excelencia; y así ocurrió que su nieto Diego Botín ganó una medalla de oro en las recientes olimpiadas de París, a tiempo de que pudiera lucir sobre el féretro de su abuelo, otro olímpico, en el arte de vivir, el banquero Jaime Botín.
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