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Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre las acampadas propalestinas que se han estado llevando a cabo en varias universidades y sobre la juvenil ligereza con que se abrazan determinadas causas y se hacen determinadas manifestaciones, sin reparar en las implicaciones que conllevan ... ni en las consecuencias que acarrean. En mi campus universitario se estableció una de esas acampadas. Con independencia de la ideología que tenga cada cual, hay cosas, sin embargo, que no deberían decirse ni exponerse. Por ejemplo, junto a las tiendas de esa acampada los manifestantes colocaron hace días varias pancartas bien visibles. Una decía «sionism=nazism» (sic); en otra aparecía el lema palestino «desde el río hasta el mar», sobre unos ojos que asomaban tras un 'niqab' y, debajo, la leyenda «Palestina vencerá». Además, todos los miércoles se ha celebrado una concentración de apoyo a Palestina y a los acampados, promovida por una organización de universitarios, no institucional, en la que se han leido manifiestos en nombre de la universidad que denuncian a Israel, «un Estado ocupante sobre el que pesa una acusación de genocidio». Todos los trabajadores de la comunidad universitaria, y supongo que también los alumnos, recibimos esos manifiestos propagandísticos, a través del correo institucional.
Al margen de lo inapropiado de utilizar medios públicos para propagar determinadas ideas y actividades privadas, tamaños desbarros evidencian una grave falta de sensibilidad hacia lo que realmente fue el nazismo y, lo que es peor, ignorancia de lo que supuso; sancionan la pretensión de varios países árabes y musulmanes de eliminar el Estado de Israel; y aprueban ese estilo de vida de ciertos regímenes teocráticos que conlleva la sumisión y humillación de la mujer. Pero se explican muy bien cuando se examina el contexto en que se producen y se descubre que los propician precisamente quienes deberían evitarlos. Así, hace ya meses que algunos políticos españoles exaltados encontraron en esta causa un motivo electoral con el que movilizar a sus bases en tiempo de elecciones. Empezaron muy enfadados a hablar de «genocidio» ante el estupor de la ciudadanía. Con el paso del tiempo y por culpa de la insistente respuesta de Israel, ese estupor parece hoy haber dejado paso a una especie de conciencia colectiva de que, de hecho, se está produciendo un genocidio, al punto de que incluso toda una ministra de Defensa, a quien la prudencia debería condicionar sus palabras, ha dicho que Israel está, efectivamente, cometiendo un genocidio. Ya hemos visto las consecuencias políticas y diplomáticas de tan exacerbados posicionamientos.
Con sus acampadas y sus manifestaciones tal parece que los universitarios, igual que esos políticos progres y oportunistas, avalan y aplauden los métodos utilizados por los demócratas terroristas de Hamás, que el 7 de octubre de 2023 la emprendieron a bombazos, mediante el envío de miles de cohetes, contra Israel, penetraron en varias localidades del sur del país y mataron a más de 1.200 personas; para más inri, secuestraron a 200 y pico rehenes, muchos de los cuales fueron luego asesinados, en tanto que otros aún permanecen en paradero desconocido.
Acusar a Israel de genocidio me parece excesivo, si es que por genocidio se entiende la intención de hacer desaparecer a un pueblo entero por la razón que sea: raza, religión, nacionalidad. No disculpo la venganza de Israel; al contrario, la considero desproporcionada, inhumana e inaceptable, máxime cuando se ejecuta contra el pueblo indefenso. Pero hay otras figuras en el derecho internacional que cuadran mejor con esa actitud, como la de crímenes de guerra o la de lesa humanidad. Y, al revés, si de intenciones se trata, los que no ocultan su expresa voluntad de hacer desaparecer a toda una nación, la judía, «desde el río hasta el mar», son los líderes palestinos de Hamás y los de Hizbulá, organizaciones consideradas terroristas por muchos países democráticos europeos como Francia, Alemania, Países Bajos, Reino Unido y otros, aunque no por el nuestro.
Ahora que se habla de restablecer la paz en la región, no estaría de más que, para allanar el camino, los responsables de esas organizaciones liberaran a los rehenes israelíes que aún permanecen retenidos. Y tampoco estaría de más que las pancartas y manifiestos estudiantiles recogieran esa petición, que protestaran contra el reciente envío desde Cisjordania de una nueva remesa de misiles lanzados por Hizbulá contra Israel o, simplemente, que reclamaran una paz justa para un territorio en que puedan convivir los dos estados. La ingenuidad que muestran y la facilidad con que son manipulados no me permite concebir ninguna esperanza de ello.
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