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Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre la cansina matraca del anterior presidente de México, reavivada ahora por su sucesora, de exigir que España y, en particular, el rey Felipe VI, pidan perdón por la conquista. Me los imagino en una reunión de ... su peculiar 'Frente de liberación de México' o quizá del 'Frente mexicano de liberación' echando la culpa al estado imperialista español de todos sus males y quejándose de que los hemos desangrado, los muy cabrones, y de que les hemos quitado todo lo que tenían; y no solo a ellos, sino a sus padres y a los padres de sus padres... y a los padres de los padres de sus padres; y a los padres de los padres de los padres de sus padres... Y, a cambio, los españoles ¿qué les hemos dado?
Talmente da la impresión de que esos dirigentes consideran que la irrupción de España en aquellas tierras truncó el desarrollo de una civilización superior, a partir de la que allí existía, y frustró las expectativas de evolución de unas gentes llamadas a dominar el mundo. Y todo a cambio de nada.
El episodio me parece un claro ejemplo de cómo la Historia no debe juzgarse con las claves del presente. Porque, efectivamente, a los ojos de ciudadanos libres del presente, de aquí y de allá, resulta inaceptable que un país se plante en territorio de otro con el afán de ampliar sus dominios, conquistarlo e imponerle reglas, moral y costumbres. Sin embargo, este criterio no puede aplicarse de igual modo a sucesos de un pasado remoto, porque no son iguales ahora las normas y modos que los de ese pasado. El pasado hay que juzgarlo en las circunstancias y reglas del pasado; hacerlo con las de hoy es lo que se denomina «presentismo» y aboca a absurdos como que España tuviera que pedir cuentas a Italia por la conquista de los romanos o a los países árabes por la de los Omeya.
Y sería injusto decir que todas las invasiones y conquistas pretéritas hayan sido pura destrucción, caos y retroceso cultural. De hecho, con todos los inconvenientes que pudiera haber supuesto en el momento la alteración de un orden dado al imponerse uno nuevo, con el paso del tiempo lo que queda es una huella y una herencia cultural y material que se plasma en el presente, como un libro en que diferentes manos en tiempos diferentes escriben una página. En España lo sabemos muy bien.
Pero, venga, ¿qué hemos hecho los españoles por los mexicanos? Para empezar, los introdujimos en la Historia; y no en cualquier momento de la historia, sino en el específico del Renacimiento al que siguieron el resto de movimientos europeos que se fueron sucediendo hasta la actualidad. ¿Has visto, por ejemplo, los diversos estilos gótico, plateresco, barroco o neoclásico de la catedral de Ciudad de México, que es Patrimonio de la Humanidad? También les dimos unas leyes y unos derechos, una administración y, a través de las misiones, una religión que, con todos sus defectos y en convivencia con las locales, supuso la adquisición un código moral y ético que impide, por ejemplo, que un hombre se case con más de una mujer o que un sacerdote indígena quiera sofocar una epidemia a base de rituales con sacrificios humanos.
Asimismo, establecimos ciudades; desarrollamos el comercio; construimos carreteras y favorecimos otras comunicaciones; contribuimos al aumento de su población, que presenta hoy un altísimo grado de mestizaje; llevamos el alfabeto y, por supuesto, la imprenta y los libros, con sus bibliotecas; fundamos escuelas y universidades; levantamos hospitales; les hicimos partícipes del germen de nuestra democracia a través de las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812… Y algo muy importante: les llevamos nuestra lengua, al punto de que, a día de hoy, México es la primera comunidad del mundo en número de hablantes nativos del español, un idioma universal que estudian y anhelan aprender y hablar millones de hablantes de otras lenguas en todo el orbe. Y con la lengua, la literatura, que incluso les ha proporcionado uno de sus tres premios nobel, el de Octavio Paz, en 1990.
Todo ello forma un conglomerado de elementos que ha contribuido eficazmente a que México, como toda América, forme parte de eso que solemos llamar 'civilización occidental'. Y cuando México logró su independencia, en 1821, el país era uno de los territorios más florecientes del planeta y, por cierto, de bastante mayor tamaño que ahora.
No debe, pues, España pedir perdón a México por la conquista; tampoco debe México dar las gracias a España por lo recibido. La Historia tiene sus tiempos y ese al que algunos mexicanos ignorantes o interesados invocan, quizá para justificar determinados males del presente, ya pasó: estamos en otra historia.
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