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Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre lo enconada que se ha vuelto la competencia en los programas televisivos de fin de año, ... los que transmiten las campanadas, y sobre los diversos modos de llamar la atención que unos y otros tienen. Va por rachas, pero la aparición de las televisiones privadas provocó desde los años noventa una lucha feroz por la audiencia. Las voces en off dieron paso a la puesta en escena de parejas que peleaban por ser las más elegantes o las más graciosas o las más originales. Así fueron desfilando ante nuestros ojos y a lo largo de los años múltiples y conocidos personajes en todas las televisiones. Algunas, además, atraían público a base de concursos y regalos fantásticos.
En la última década, una cadena parece haber dado con la clave del éxito gracias a una pareja cuyo gancho, al margen de lo bien o mal que lo hagan, es el vestido especial que, justo antes de las uvas, desvela la presentadora: a unos gusta, a otros no... pero da igual, se trata de eso, de provocar expectación, atraer audiencia y que se hable de ello. Sin embargo, este año le ha salido un duro competidor: la televisión pública ha abandonado su viejo formato y, emulando fórmulas ajenas, con la frescura e irreverencia inusitada de sus presentadores, con buenas dosis de humor original e insólito, ha conseguido, por fin, volver a subirse a lo más alto del podio de las audiencias y recuperar su antigua primacía.
Y sí, todo fue excelente y alabado hasta que la presentadora recurrió a una «estampita de la suerte», dijo, que no era sino un Sagrado Corazón de Jesús, símbolo católico, con la cabeza de la vaquilla del famoso programa 'Grand Prix', de la misma cadena pública. La exhibición, en primer plano, no fue casual ni pasó desapercibida entre las bromas. El efecto alborotador fue inmediato. Al día siguiente se hablaba tanto de la estampita como de aquel vestido especial. Muchos se sintieron ofendidos por la burla. Los que más anunciaron querellas contra los presentadores por presuntos delitos de odio y contra los sentimientos religiosos; otros molestos se volcaron en las redes sociales a mostrar su rechazo, con iniciativas diversas; algunos lamentaron los hechos resignados, sin ganas de follones; y también hubo quien apreció el gesto como una broma ocurrente, fruto de la sacrosanta libertad de expresión. Mi impresión es que fue una provocación deliberada e innecesaria hacia muchos ciudadanos que, con mayor o menor fe, se sienten religiosamente próximos al catolicismo.
El arte consiste en hacer algo de la mejor forma con todos los recursos visuales, plásticos, sonoros, literarios que estén al alcance del creador, a fin de inducir en el destinatario de la obra una emoción, una reacción o un sentimiento de admiración estética o intelectual. No está al alcance de todo el mundo: la mayoría de la gente pasamos por la vida sin necesidad ni posibilidad de expresar esas capacidades que no tenemos. Pero quienes las poseen también tienen unos límites que son los que distinguen el arte de la vulgaridad y la zafiedad.
Los presentadores de la cadena pública son grandes artistas que con desenfadado desparpajo aportaron arte nuevo y nuevo artificio a la noche de las campanadas. Sin embargo, sabedores a día de hoy de que gozan de cierta inmunidad ante quienes los han colocado en esa posición, olvidaron que su público no son esos, sino todos los españoles que con nuestros impuestos los mantenemos y merecemos ser tratados con respeto, incluidos los católicos. No se me ocurre pensar que un presentador de una cadena privada ofenda con alguna fanfarronada de estas a los propios publicistas que la sostienen. La escena de la estampita sobrepasó aquellos límites y no estimuló admiración en todos, sino estupefacción y enfado en muchos que vieron en ella una provocación chabacana y grosera.
Quizá mañana la actuación sea unánimemente reconocida como excelsa, pues con el arte pasa como con las leyes, que no pueden deslindarse de cada momento. Así, lo que hoy puede parecer arte sublime, mañana puede parecer basura y viceversa, del mismo modo que las leyes que hoy condenan ciertas actitudes, mañana pueden cambiar y no hacerlo. De hecho, las que podrían afectar a presentadores y responsables de la cadena en las denuncias presentadas ya van camino de cambiar para hacernos creer que esas y otras cosas mucho más graves que, hoy por hoy, se consideran delito no lo son y que, al revés, son normales.
Si todavía estoy a tiempo, te deseo un feliz año.
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Ana del Castillo
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