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Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre la retahíla de juramentos y promesas que se nos avecinan, con tanta toma de posesión como propician las elecciones de todo tipo, las que hemos tenido y las que vamos a tener, y sobre lo despistado ... que anda todo el mundo con lo del jurar y el prometer, gracias al lío que se montó cuando, en los comienzos de esta democracia, a algunos se les atragantaba el juramento porque lo asociaban a cosa religiosa. Entonces se acordó que la promesa equivaliera al juramento, aunque no tuvieran mucho que ver.
El caso es que, efectivamente, desde la edición príncipe de 1780, los diccionarios de la RAE siguen recogiendo como primera acepción que el juramento es una «afirmación o negación de algo, poniendo por testigo a Dios, o en sí mismo o en sus criaturas». Pero creo que hace muchísimo tiempo que tal definición está desfasada y debería haber sido cambiada. En una sociedad como la nuestra, ¿de qué dios hablamos? Además, si alguna vez algún dios tuvo sentido como testigo del cumplimiento de algo fue en las sociedades en las que no había leyes escritas o en las que se mezclaba lo divino con lo humano. En la nuestra, heredera de los romanos y en la que hace mucho que las cosas de los hombres se tienen por independientes de las de dios, el juramento mismo es el garante de ese cumplimiento, pues no en vano nace del latín y de la ley escrita, del término 'ius, iuris', que significa ley y derecho. Gracias a las leyes no necesitamos dioses vengadores que castiguen los incumplimientos de la palabra dada.
La realidad es que desde hace mucho un juramento se entiende mejor como un compromiso solemne que incumbe a la honorabilidad y credibilidad de la persona que lo presta. Es lo más sagrado, que no sacro, que puede obligar a un individuo ante sí mismo y ante los demás; y puede hacerlo sin testigos o poniendo en prenda lo que más valora y respeta: su conciencia, su honor, sus hijos, sus padres, sus libros, su dios o su perro. Nada, pues, tiene que ver ya con la religión.
Una promesa es otra cosa: el diccionario de RAE la define desde siempre como «expresión de la voluntad de dar a alguien o hacer por él algo», y solo desde 1992 se incorpora una sexta acepción con el sentido de un «ofrecimiento solemne, sin fórmula religiosa, pero equivalente al juramento, de cumplir bien los deberes de un cargo o función que va a ejercerse». Es decir, aunque no son lo mismo, a la hora de asumir las responsabilidades que conlleva un cargo, se han equiparado. Sin embargo, a muchos que tenemos cierta edad nos sigue chirriando el uso restringido del término, porque entendemos que de la expresión de una voluntad al compromiso solemne de hacer algo, con dios o sin dios, hay un abismo.
Pero con ser llamativa esa mixtura de juramento y religión y de juramento y promesa, más llamativas y absurdas me parecen la profesión de fe a costa del juramento, entendido a la antigua usanza, y la expresión de ideas personales en las tomas de posesión: con componente religioso o sin él, son actos puramente administrativos en los que no cabe esperar ni traer a colación símbolos religiosos ni ideas políticas de ninguna clase. No entiendo por eso que se coloquen biblias en ellos, por si alguien quiere usarlas, ni que se permitan fórmulas que incluyan imperativos legales, patrias o pueblos. La fe o 'desfé' y las ideas personales son intrascendentes a la hora de acatar la Constitución, a nadie importan y solo sirven para cotillear o hacer propaganda. Debería haber una ley que obligue a todo el mundo a acatar las leyes con la misma fórmula y del modo más civil.
E insisto en que, como juramento y promesa no son lo mismo, máxime en la vida ordinaria, que es donde debería mirarse la política, el juramento, desprovisto de toda connotación religiosa, por su mayor trascendencia, debería ser el método obligado. Fíjate, por ejemplo, en que las juras de bandera son juras, no promesas, y no hay dios que las avale. Y en las campañas electorales los políticos nunca hacen juramentos sobre lo que van a hacer, sino que hacen promesas. ¿Te imaginas que un político jurara no gobernar con tal o cual partido en coalición? Esas cosas solo pueden prometerse, nunca jurarse, porque los juramentos quedan, mientras que las promesas pasan o se convierten en simples cambios de opinión.
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