Secciones
Servicios
Destacamos
Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre la reciente aprobación de una Proposición de Reforma del Reglamento del Congreso de los Diputados para su adecuación al lenguaje inclusivo de género. La diputada proponente defendió la necesidad de la propuesta, porque «todo lo que ... sea utilizar el masculino como genérico invisibiliza a las mujeres y nos excluye». Se trataría, entonces, de evitar términos genéricos masculinos, como 'diputados' en el apellido del Congreso, de cambiarlos por una retahíla de palabras y expresiones supuestamente neutras, como 'presidencia' o 'persona que preside', en vez de 'presidente', 'ciudadanía' en vez de 'ciudadanos', o de desdoblarlos en 'ministros y ministras', 'todos y todas', etc.
La discusión fue surrealista y dejó perlas que solo un político ignorante podría pronunciar. Una de las mejores se refirió a los informes encargados a la RAE, que insisten, con argumentos lingüísticos objetivos, en que el llamado lenguaje inclusivo es innecesario, porque el propio funcionamiento de la lengua hace que el masculino genérico incluya al femenino. Una diputada, sin embargo, los ridiculizó y dijo que «no estamos de acuerdo». Entonces, ¿para qué se piden esos informes? ¿No te gustan, porque no dicen lo que quieres que digan?
Los políticos creen que pueden opinar, decidir y regular todo, incluso aquello sobre lo que nadie tiene competencias: la lengua se regula sola a través de los hablantes, y su gramática, forjada durante siglos e incluso milenios, no se puede cambiar a golpe de decreto, porque es su esqueleto. El uso genérico del masculino es estructural en la lengua, no un capricho ni una manifestación de machismo heteropatriarcal; y, desde luego, ni invisibiliza a las mujeres, ni justifica el repetido mantra de que «lo que no se nombra no existe»; es como si, en vez de decir 2+2 son 4, nos obligaran a decir 1+1+2 son cuatro, porque la primera suma invisibiliza al 1. Lo único que hace el masculino genérico es ahorrar palabras; al revés, el femenino nunca es genérico y solo se refiere a la mujer: la expresión 'las españolas' excluye a los varones. ¿Vamos a protestar?
Pues ahí se ve que, como decía otra diputada, «el lenguaje inclusivo es una cuestión política, que no gramatical». Como que a los hablantes normales del español nos traen al fresco semejantes ofuscaciones, nos expresamos con la naturalidad de siempre y usamos el masculino genérico sin mayor preocupación, aunque ya nos tachen de machistas por ello.
El problema es que la cuestión ha ido mucho más allá del ámbito político y cuesta mucho dinero: en organismos oficiales se crean unidades que velan por la pureza del lenguaje inclusivo y dictan normas de presentación de textos que deben cumplirse al redactar, por ejemplo, una ley, un trabajo de fin de estudios o incluso una tesis doctoral. Y en las escuelas, maestros y profesores, aleccionados en la falacia de que el lenguaje está mal hecho y hay que modificarlo, confunden a los niños haciéndoles creer que cuando alguien se refiere a 'los alumnos' no incluye a las alumnas. Tanto es así que en Francia, donde llevan años lidiando con estas monsergas, el Gobierno ha prohibido el uso en las escuelas de grafías que pretenden incluir al femenino en usos genéricos, como 'ami·e·s' ('amigo·a·s'), en vez de 'amis' ('amigos'), porque dificultan la lectura y el aprendizaje: en francés, la pronunciación de muchas palabras es igual en masculino que en femenino, terrible drama para los fundamentalistas del género. En España, algunos han propuesto la creación de un plural en 'es', que, por lo visto, incluiría también a los que no se sienten ni hombres ni mujeres: 'amigues'. El colmo de la necedad es escuchar a políticos varones hablando en femenino, como si diera igual masculino que femenino; y querer cambiar la literatura para acomodarla al lenguaje inclusivo, como otros sugieren, es un dislate sideral.
Los grandes responsables del desorden son los políticos y ciertos grupos que han encontrado en esta causa sin fundamento real una forma nueva de obtener rédito electoral y recursos económicos. A la larga, sin embargo, está conduciendo al desconcierto y a un enorme abismo entre lo que se habla y lo que se pretende que se diga.
Los políticos deberían propiciar que la mujer ocupe el mismo sitio que el hombre y en las mismas condiciones de igualdad. Cambiar la lengua no es el camino y no va a evitar que una mujer gane menos dinero por ser mujer, si hace lo mismo que un hombre. Señores políticos y, por si acaso no se sienten aludidas, señoras políticas: estudien más lengua y dejen de machacarla con su exclusiva estupidez.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.