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Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre un artículo que publicaba yo en estas mismas páginas en febrero de 2021, titulado 'Amnistía'. Reflexionaba en él sobre la humillación que podría suponer para España que el gobierno de entonces, encabezado por P. Sánchez, llevara ... al parlamento una ley de amnistía, como le exigían los condenados por el 'procès' en aquella infame 'mesa de negociación', para permitirle seguir siendo presidente. ERC y JxC habían preparado un amplio texto con el que pretendían que todos los condenados o investigados por lo sucedido desde 2014 quedaran limpios de delito y que toda actuación judicial emprendida fuera suspendida y archivada. El texto no pasó el trámite de la mesa del Congreso: los votos de PP y PSOE tumbaron la iniciativa.
El gobierno esquivó la amnistía, pero se empezó a hablar de indultos, con gran escándalo social, hasta que la idea se hizo común y necesaria: se indultó a los condenados, incluso con todos los informes preceptivos en contra, se eliminó el delito de sedición y se alivió el castigo por malversación de fondos públicos. El gobierno justificó sus cambios de criterio por el deseo de «restablecer la convivencia y la concordia en el seno de la sociedad catalana y española», aunque todos sabemos que era el precio impuesto por los independentistas al nuevo gobierno de coalición.
Pues hete aquí que ahora, por caprichos de la democracia, no ya la abstención, sino los votos afirmativos de ERC y JxC resultan imprescindibles para repetir una investidura con cuyos extraños apoyos se pretende reflejar la «diversidad de la sociedad española». Y aquello que entonces estaba prohibido y parecía moral y constitucionalmente imposible, la amnistía, empieza a ser una idea machaconamente recurrente, como si, al igual que los indultos, fuera algo verdaderamente imprescindible en España y no nos hubiéramos dado cuenta de ello hasta ahora.
Las mismas razones que entonces llevaron a los partidos mayoritarios a rechazar tal privilegio deberían llevarlos ahora a idéntico rechazo y con más firmeza, si cabe, porque esa amnistía 'completa' y 'condicio sine qua non', antes de sentarse a negociar una investidura, no es sino un chantaje abyecto del profeta independentista huido, previo a la consecución de otras ventajas de mucho más calado. El mismo Estado fuerte y democrático que fue capaz de resistir y vencer al terrorismo con las armas de la Constitución y las leyes, no puede permitir ahora que una minoría, más pequeña incluso que la que impuso los indultos, doblegue a los españoles y los obligue a considerar buena una gravísima afrenta que pretendió dividirlos.
Pero es que, además, como ocurre con todo chantaje, este de ahora no es sino la secuela del anterior, el de los indultos, pero también preludio de los sucesivos a que se verá sometido un presidente bendecido por tales votos: autodeterminación o validación de la 'consulta' y del pseudo-referéndum ilegal de 2017, modificación de la Constitución, condonación de la deuda pública contraída, beneficios fiscales… Todo lo que se le ocurra a alguien que sabe que someterá a quien se deje someter y «sin renunciar a la vía unilateral».
El Estado, insisto, no puede ceder a este ni a ningún chantaje, porque ello supondría el quebranto de la propia democracia, que fue la que preservó los derechos y la igualdad entre españoles, cuando unos dirigentes declararon Cataluña independiente; el reconocimiento de que no existe separación de poderes y de que las actuaciones de la justicia, pilar defensivo fundamental de la propia democracia, fueron inapropiadas e inútiles y de que, en consecuencia, está sometida al interés de otros poderes y grupos, sea cual sea el beneficio que obtenga cada parte; la evidencia de que existen privilegios para unos ciudadanos que hacen desiguales a otros, pero que los pagan; en fin, el mayor descrédito, vergüenza y ridículo que pueda sufrir una democracia consolidada, no solo ante nuestros socios europeos, sino ante el mundo libre.
Dando por hecho que la investidura de A. Núñez Feijóo está condenada al fracaso, si la audacia de Sánchez le lleva a intentar ceder a las exigencias de quienes quieren arrodillar a España para destruirla, tal vez haya que apelar al sentido de estado del PP.
Hace pocos años, el PSOE de J. Fernández cedió parte de sus votos a M. Rajoy para desbloquear su investidura, en un evidente acto de generosidad que nuestra Historia ya reconoce; tal vez ahora haya llegado el momento de que, ante la negativa de Sánchez a repetir el gesto, sea el propio Feijóo el que, en aras de un interés general y superior, en una situación excepcional, devuelva el favor al país y ceda parte de los suyos para que gobierne Sánchez. Sería un acto extraño e incluso ilógico, ya que es Feijóo quien ganó las elecciones, pero ¡qué gran servicio haría a España, para librarla de sanguijuelas!
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