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Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre una conversación que tuve el otro día con una amiga, a la que hacía tiempo que ... no veía. Pareciome que andaba un poco apesadumbrada... Y así era. El motivo era la sensación que tenía de que, después de varios coches y cientos de miles de kilómetros recorridos sin multas, accidentes ni incidentes, más allá de los típicos golpucos o rayonazos 'anónimos' en aparcamientos, el último año le había cambiado la percepción de su propia autoestima como conductora; como que le habían impuesto ¡tres sanciones tres! de Tráfico. Pero no era por las multas en sí la pesadumbre que arrastraba, sino por el cómo y el porqué se las habían puesto.
La primera de ellas le cayó un frío domingo de invierno en un pueblo costero de remoto acceso. Había acudido a visitarlo y pasar allí el día, aprovechando que hacía sol. Hacia las cinco de la tarde decidieron volver. Las calles estaban desiertas y el sol estaba ya muy bajo, justo enfrente de ella, cuando atravesó una calle donde, al parecer, había un semáforo en rojo, tras un árbol. Mala suerte. Era el único del pueblo. Pero, por lo visto, la DGT había instalado una cámara justo enfrente del semáforo, detrás del coche, y las fotos revelaban la lenta, pero evidente secuencia de su paso: 200€ y 4 puntos.
Otra de ellas, en plena canícula de julio, había sido en el aparcamiento anejo a una conocida playa. Era también domingo y por eso no había madrugado. Error: el día era espléndido y cuando llegó con su familia al arenal el aparcamiento estaba a tope. Solo había sitio junto a unos matorrales cuyo propietario, armado con sombrilla, mesita y silla, cobraba por la entrada el módico precio de 5€; eso sí, todo el día, pero sin IVA, tique ni nada. Temió no salir de allí indemne, pues la hierba estaba alta y el espacio entre coches era justísimo; decidió aparcar fuera, en una zona un poco más alejada, donde se encontraban otros cientos de coches en batería. Al volver por la tarde se encontró con la misma receta que los otros cientos de vehículos: 100€ por aparcar en zona no habilitada.
En fin, recientemente, otro domingo negro otoñal, en una carretera secundaria sin tráfico, de esas típicas de Castilla de largas rectas y amplia visibilidad, a la entrada de un pueblecito que se vislumbraba en lontananza, tras pasar junto a la primera casa, un guardia civil salió de la nada y le dio el alto. Horror: ¿qué habrá pasado? Tras unos minutos de angustia en que el guardia hizo las comprobaciones oportunas en la base de datos de la DGT, el agente volvió impasible con un papel y le informó de que había atravesado un cruce, un kilómetro atrás, a más velocidad de la permitida, que eran 50 km/h. El aparato había marcado 71 km/hora y, en consecuencia, le caían 300€ y 2 puntos.
Mi amiga me aseguraba que en dos años, que son los que le permitirán recuperar algún punto, si no comete infracciones, no iba a volver a coger el coche; temía perder todos los puntos por tonterías así. Tampoco estaba tan boyante como para seguir dejándose medio sueldo en la DGT. Y, a ver, si es verdad que reconocía que los hechos y las pruebas los que eran, también es verdad que tenía el sentimiento de sufrir una gran injusticia administrativa, habida cuenta de que en esta vía no caben atenuantes. Lex dura, sed lex («ley dura, pero ley»).
Pues me quedó mal cuerpo al escuchar su historia y comprobar que una conductora ejemplar viera de ese modo castigados sus despistes. Que sí, que el que la hace la paga (si le pillan), pero tales multas me recuerdan a aquellos 'penaltitos' del mundo del fútbol, pitados cuando un defensa tocaba el hombro de un delantero en el área y este, al sentir el roce, se desplomaba, como si le hubiera caído un tractor encima. Las de mi amiga, en realidad, son 'multitas', pero que se castigan igual o peor que cuando un radar bien visible, para que frenes, caza a un conductor a 150 km/h en una autopista después de reiterados avisos de que el tramo está vigilado (100€ sin pérdida de puntos); o cuando otro aparca en doble fila un buen rato sin que puedas retirar tu coche y ningún policía aparece; o cuando aquel se salta un semáforo en rojo a sabiendas en un cruce de una ciudad en hora punta. Las 'multitas' las provocan situaciones absurdas, como las descritas por mi amiga, cuya oportunidad y motivaciones quizá debieran revisarse, para no dar la impresión de que, tras ellas, solo hay un puro afán recaudatorio. Ánimo, amiga: yo sí te creo.
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Ana del Castillo
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