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Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre ese viejo tema que, bajo mil formas, nos ofrece la historia de la literatura, consistente en que el mundo y la edad en que vivimos es resultado de una corrupción de sucesivas generaciones. El primero que ... lo trató fue Hesíodo, uno de los fundadores de la literatura griega y occidental, cuando lamentaba en 'Los trabajos y los días' la degradación sufrida por la raza humana, la cual había comenzado siendo una estirpe dorada, comparable a los mismos dioses que la habían producido, y que solo conocía por entonces una felicidad sin odio, hambre, fealdad, vejez o muerte (en lugar de morir, aquellos seres dormían para siempre). Tras desaparecer, los dioses habrían creado una nueva generación, de plata, que ya conocía todos los males y, por eso, Zeus la extinguió. Así fueron sucediéndose otras tres generaciones, cada cual peor, de bronce, de hierro hasta llegar a la del poeta, en la que convivían bienes y males y los hombres justos tenían que defenderse de los malvados.
El tema se rastrea, como digo, de mil maneras por nuestras literaturas y culturas occidentales; también en el arranque bíblico del ser humano, cuando se explica el origen del mal en la tierra por la desobediencia de los otrora bienaventurados Adán y Eva. Entre los romanos fue un lugar común desde Ovidio, continuado por cristianos a partir de san Jerónimo; y la posterior literatura europea ha reproducido el tópico en muchas obras, como en las coplas de Jorge Manrique, 'El Quijote' de Cervantes, el 'Frankestein' de Mary Shelley o en los 'Episodios Nacionales' de Galdós, por poner algunos ejemplos autores cercanos y conocidísimos.
En nuestra vida cotidiana, la popular expresión «cualquier tiempo pasado fue mejor», y su equivalente en otras muchas lenguas, resume en esencia la añoranza de otras épocas en las que, pensamos, todo era mejor. La realidad no siempre es así; pero el dicho tiene su razón y esta estriba naturalmente en que todos éramos más jóvenes o niños, despreocupados y, quizá por eso, más felices. Juventud pudiera ser, pues, el divino tesoro que ahora resume nuestra principal nostalgia de ese mejor tiempo pasado. Obviamente se requiere cierta edad para sentirla y cuesta imaginar qué añoranza tendrán mañana quienes hoy son más jóvenes, qué tendrán que no tienen y qué echarán de menos cuando tengan lo que todavía no tienen, porque ni siquiera existe. Tampoco existían en las pasadas juventudes de muchos televisión, ordenador, móvil, internet y tantas cosas que no podían imaginarse en el futuro que ahora es el presente y sin las cuales vivíamos creyendo que éramos felices de un modo que ahora nos parece más alegre, más puro, más tranquilo, más... mejor. Éramos más jóvenes.
Mas las edades del hombre y de la mujer se siguen sucediendo y siguen siendo realidad cotidiana, aunque cambien las maneras. Cuando entro en clase veo siempre a chicos y chicas de las mismas edades con distintas caras, pero parecidas inquietudes a las que yo tenía a su edad. Mis ojos no perciben en ellos el paso del tiempo y solo posteriores reencuentros me muestran cómo han cambiado. Pienso entonces en cómo pensarán ellos que he cambiado yo. Como un espectador privilegiado, sí noto, en cambio, cada curso los efectos del tópico de la degradación de las generaciones. Donde antes había más madurez, sensatez, inquietud y hasta una responsabilidad que unos y otros avivábamos, poco a poco ha ido instalándose un acusado acento de ligereza, descuido y dejadez. No culpo a los alumnos, por supuesto, a los que, fuera de exámenes y resultados, contemplo alegres, felices y desenfadados, como debe ser, cosa que me encanta; culpo a sucesivos sistemas que, con sus muchas, pero discutibles, virtudes, han fomentado, sin embargo, escasamente el esfuerzo, e intentado equiparar el talento por abajo. El resultado es una generación que, con todas sus habilidades y saberes '2.0', es con diferencia, no diré menos capaz, pero sí, en general, menos madura y con unos niveles de resistencia a la frustración y al fracaso muy bajos.
Por suerte, dicen que envejecemos mejor, que nuestra juventud se alarga y que las edades han cambiado: que los 70 de ahora son como los 60 de antes; 60 como los 50; los 50 como los 40... Y puede que así sea; pero puede también que eso explique mucho sobre cómo son los jóvenes, si sigues echando cuentas hacia atrás: ¿son los 30 de ahora como los 20 de antes?; ¿cómo crees que son los 20 de ahora?
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