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Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre el revuelo que se ha armado al hacer pública el ministerio su intención de que las faltas de ortografía rebajen la nota de las pruebas de acceso a la universidad. Y no lo veo mal, sabedor ... de lo importante que es conocer bien tu lengua y lo útil que resulta ese conocimiento a lo largo de la vida para el desarrollo de cualquier actividad. Aquella turra que nos daban de pequeños y adolescentes no ya con que había que leer mucho, sino con toda la retahíla de fonemas, morfemas, lexemas, análisis sintácticos, comentarios y yo qué sé cuántas cosas más que nos parecían un sinvivir, ¿acaso no te ha servido para nada, a poco que hayas aprendido a ser consciente de cómo se construye tu lengua, para luego utilizarla como dios manda? Y da igual cuál sea tu profesión o que no trabajes: en todo ámbito de la vida, público o privado, empleas la lengua: con ella te comunicas a diario con los tuyos, expresas tus ideas, tus sentimientos, entiendes lo que lees, comprendes lo que oyes y, en definitiva, te relacionas con el mundo. Es más, de cómo la conozcas y la uses dependerá en buena parte la imagen que de ti proyectes; la lengua te retrata, habla por ti y te define más de lo que te puedas imaginar: es la puerta de tu personalidad, el acceso de tu mente, el espejo de tu pensamiento. ¿No es importante, entonces, conocerla y manejarla bien?
Sin embargo, a muchos parece darles igual y son incapaces de expresarse de modo inteligible y respetuoso con los demás, como si no hubieran ido al cole los días en que había lengua: duelen los oídos al escuchar cómo hablan y resqueman los ojos al leer cómo escriben, sin la menor consideración hacia el significado de las palabras, el uso de las construcciones y, por supuesto, la observancia de la ortografía. Te voy a poner unos ejemplos tomados de la vida real, para que entiendas lo que digo.
Últimamente se ha puesto de moda anular la diferencia entre «le» y «les» y se oyen y leen con frecuencia cosas como «vamos a decirle a los españoles que...», en vez de «decirles». Hace unos meses leía en la prensa que la «alocución» de Feijóo en su sesión su investidura como presidente del gobierno había durado casi dos horas. Y así fue, pero aquello no fue una «alocución», sino un discurso: una alocución siempre es breve y nunca puede durar casi dos horas. El otro día alguien escribía sobre el coche de Carlos Sainz y su «tren motriz», en vez de su «tren motor». Otro periodista comentaba que el entrenador de cierto equipo «adució» no sé qué razones para justificar una derrota. Y ayer mismo un periódico se hacía eco de la intención de un ayuntamiento de crear «un nuevo área municipal». Sí, hay reglas que explican por qué se dice «el acta» y «las actas» cuyo conocimiento te evitará hacer el ridículo, como aquel administrador de mi comunidad de vecinos que nos enviaba «los actas».
Y, ya que hablamos de oficios, te diré que incluso en los más alejados aparentemente de la lengua hacen falta unos mínimos conocimientos. Un fotógrafo me mandaba hace meses una invitación a que «renove» mi foto de la orla. Y desde hace años el letrero luminoso de un próspero bazar chino de cerca de mi casa dice así: «ropa bolsos regalos bisuteria papeleria ferreteria jugueteria ect.». Sic; y, por supuesto, sin comas ni tildes, que, como los signos de apertura de admiración e interrogación –esa gran ventaja de nuestra escritura, envidiada por otras– han pasado a mejor vida: el culpable, naturalmente, no fue el chino, que no sabía español, sino el rotulista.
Una conocida profesora de tenis gusta de repetir en internet «contra más» en vez de «cuanto más». El letrista de aquella famosa canción 'Camino Soria' se jactaba de comerse una preposición, no porque fuera un uso popular y cuadrara mejor en la música, sino porque le daba la gana, porque el inglés no la tenía y porque era «un trasto viejo»; y una recordada cantante se preguntaba quién «la» mandaba flores por primavera.
Conocer tu lengua te evitará dar un mal perfil de ti en los actos más simples de tu vida, como redactar una queja, escribir un correo electrónico o una simple felicitación. No te cuento si trabajas con ella.
Y termino, pero no con la redundante y absurda expresión «y un largo etcétera», sino con una anécdota reciente: en el cumpleaños de mi hijo menor el pastelero sorprendió a todos los invitados, al escribir con chocolate el nombre del homenajeado sobre la tarta: «Gille».
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