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Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre un informe que publicó hace poco mi universidad relativo a la evolución de sus estudios. Entre otras cosas, mencionaba el porcentaje de alumnos que abandonan su grado por no superar un mínimo de créditos en cierto ... tiempo y el número de las llamadas «asignaturas de bajo rendimiento», o sea, las que arrojan un porcentaje de no aprobados inferior a la media de la universidad. El rector, por su parte, aseguraba en el acto de apertura del presente curso que la universidad debía reflexionar «sobre cómo queremos enseñar y cómo quiere nuestro estudiantado que le enseñemos».
La universidad, quizá presionada por instancias superiores, intenta buscar causas y soluciones a esos fracasos. Los abandonos por no aprobar un mínimo de créditos los atribuye a una posible falta de orientación y apoyo al alumno, por lo que sugiere reforzar esos aspectos. A los profesores de las asignaturas de bajo rendimiento se les pide que expliquen sus resultados y que expongan las medidas que van a tomar para mejorarlos.
La preocupación de la universidad es lógica: los alumnos son una fuente de ingresos a través de las matrículas y su número condiciona su propia financiación, lo que implica la continuidad de los grados y, en consecuencia, la justificación del profesorado y demás personal. La caída de la tasa de natalidad y la existencia de otras posibilidades de formación no universitaria ha provocado una competencia feroz entre universidades; se hace preciso ser atractivos para que los alumnos escojan estudiar en tu universidad y no en otra y que, además, permanezcan y paguen el 'cursus' completo, desde el grado hasta el máster y, si es posible, hasta el doctorado. Mantener unas tasas bajas, ofrecer grados de nombres rimbombantes, en vez de los aburridos de siempre, o contratar a profesores de prestigio puede contribuir a atraer alumnos de tu país o de otros; y, en fin, conseguir altas 'ratios' de aprobados y rápida inserción laboral puede ser un imán para que alumnos de familias adineradas prefieran tu universidad a una privada.
Pero llama la atención en ese informe el que parezca dar por supuesto que, en principio, todo universitario que se matricula en un grado tiene por ello mismo inmediato derecho a aprobar; y que, si no lo hace, no es en absoluto por causa de él mismo (por ineptitud, falta de conocimientos previos, desinterés o escaso esfuerzo), sino de ciertas fuerzas externas que se confabulan en su contra y que hay que detectar, analizar y combatir. Los profesores somos quizá la principal fuerza oponente de los alumnos y, tal vez por ello, la universidad nos presiona para que aprobemos más y nos bombardea con continuos e interesantes cursos de formación docente que, junto con las encuestas de los alumnos, servirán luego para evaluarnos y decidir si merecemos o no recibir un papel que acredite que somos buenos docentes.
Lo que no se encuentra en ese informe es la necesaria referencia a los alumnos como actores y partícipes de su formación. Por más que los profesores renueven contenidos y métodos y por más que se adapten a unos niveles previos, digamos, 'diferentes' a los de hace años, todavía sigue siendo necesario que el estudiante complete, al menos, las horas de trabajo personal que se recogen en todas las guías docentes y revise contenidos a diario, consulte manuales, contraste pareceres, complete información, realice y presente los trabajos encargados con rigor y a tiempo, entienda la materia y, con perdón por la impertinencia, estudie; en otras palabras, que se comporte como un universitario y no como un escolar. Desde luego, hay muchos y buenos alumnos que cumplen con creces estas premisas, pero también hay otros muchos que no.
El informe también olvida que una función esencial del profesor es, además de enseñar, evaluar al alumno y determinar hasta qué punto ha alcanzado o no los objetivos previstos en los programas. No hacerlo con rigor, aparte de provocar injusticias y agravios comparativos, es una irresponsabilidad social y académica que rebaja necesariamente su prestigio y el de la universidad. La tasa media de aprobados de la universidad no es más que un número que puede subir o bajar, según circunstancias; un profesor no debe verse condicionado por él.
Yo sabía muy bien hasta ahora qué y cómo quiero enseñar; lo que quieren muchos alumnos también lo sé. Pero empiezo a tener dudas de si lo que realmente quieren las autoridades universitarias es que regale aprobados hasta cumplir con esa 'ratio' de rendimiento académico que me convierta, por fin y sin esfuerzo, a mí en buen profesor, y a la universidad en masivo objeto de deseo.
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